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“¿Quién contó la historia de la infancia? ¿Cómo se llegaron a saber aquellas noticias, tan lejanas, cuyo archivo y depósito sólo podía ser la memoria de María?”, se pregunta el padre Ignacio Larrañaga en el inicio de este libro.
Para responder a esas preguntas, es necesario retornar. Y para retornar, hay que subir –contra corriente- un río que arrastra dramas y sorpresas, hasta llegar a aquel maravilloso y remoto lugar que fue el corazón de María.
El Evangelio nos recuerda en dos oportunidades que María conservaba cuidadosamente las palabras y hechos antiguos, y los meditaba luego. Es decir, que María buscaba el sentido oculto y profundo de aquellos hechos y palabras y los confrontaba con las nuevas situaciones en las que su vida se veía envuelta.
De esta manera, los recuerdos se conservaron muy vivos en su memoria, como estrellas que nunca se apagan. “Por eso, cualesquiera y como quiera sean los caminos que debamos elegir para encontrarnos con la figura y palpitación de María, ellos tienen que conducirnos, necesariamente, allá lejos, al manantial donde nacen todas las noticias: a la intimidad de María”, afirma el autor.