Jesús ha vencido el poder de la muerte con el poder del amor. No ha vencido con el poder de las armas, de la prepotencia, de la ciencia o del dinero. Lo ha hecho con el poder de su humildad, de su entrega de sí mismo, de su amor.
El mundo ha conocido muchas victorias. Pero ninguna como esta. Las victorias del hombre son efímeras; ésta es definitiva. Y sobre todo porque nadie más que Cristo –sólo él– ha vencido a este enemigo: la muerte. Como dice la Secuencia que cantaremos antes del evangelio de hoy: “Lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta”.
No nos puede extrañar entonces que la Pascua sea la fiesta de las fiestas, aquella “que eclipsa a todas las otras, así como el sol eclipsa a las estrellas” (Gregorio Nacianceno).
El evangelio nos pondrá de manifiesto el desconcierto de María Magdalena, de Juan y Pedro, que corren a ver lo que ha sucedido en el sepulcro. Esto nos hace ver que la resurrección era un elemento totalmente inesperado para ellos. De hecho, María Magdalena piensa que el cuerpo de Jesús ha sido robado. Pedro no habla. Y sólo Juan tiene esa inspiración: “vio y creyó”.
Los discípulos pudieron comprender quién era Jesús al ver la tumba vacía. “Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos” (evangelio). La tumba vacía permite comprender la Biblia. Y no al revés. Es el imprevisto de la presencia viva de Jesús el fundamento desde el cual podemos intentar comprender todo el misterio de la vida y de la muerte, del amor y de la historia. Qué fascinantes respuestas podremos encontrar nosotros a nuestras propias preguntas si partimos, como María Magdalena, Pedro y Juan, desde ese hecho: la tumba está vacía; Jesús ha resucitado.
Comisión Nacional de Liturgia
Comenzamos a celebrar la gran cincuen-tena pascual, es decir, los cincuenta días hasta Pentecostés. En todos ellos vamos a celebrar la resurrección de Jesús. Y también hoy iniciamos la octava de Pascua, ocho días para celebrar este mismo misterio como un gran domingo. Las flores, los cantos, todo el ornamento litúrgico nos habla de esa alegría que nadie nos puede arrebatar. Salgamos al encuentro del que viene resucitado.
Las lecturas de este domingo están dominadas por la impresión de la comunidad de los discípulos del Señor al tomar conciencia del hecho tan inesperado de la resurrección. Jesús no está en el sepulcro, los discípulos han comido y bebido con él después de su resurrección. No podemos dejar de buscar los bienes de Cristo. Escuchemos con el oído de la fe para experimentar en esta celebración la presencia viva de Jesús que nos habla.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. Pedro, tomando la palabra, dijo: “Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con Él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con Él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que Él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de Él, declarando que los que creen en Él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su amor! R.
La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.
La piedra que desecharon los construc-tores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas. Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Por que ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también aparecerán con Él, llenos de gloria.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
(Debe decirse hoy; en los días de la octava, es optativa).
Cristianos, ofrezcamos al Cordero pascual nuestro sacrificio de alabanza. El Cordero ha redimido a las ovejas: Cristo, el inocente, reconcilió a los pecadores con el Padre. La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora vive. Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado. He visto a los ángeles, testigos del milagro, he visto el sudario y las vestiduras. Ha resucitado Cristo, mi esperanza, y precederá a los discípulos en Galilea. Sabemos que Cristo resucitó realmente; Tú, Rey victorioso, ten piedad de nosotros.
Aleluia. Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. El primer día de la semana, de madrugada, cuando to-davía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: El también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Hemos tomado conciencia del hecho imprevisto de la resurrección. En cierto sentido nadie se lo esperaba. Los anuncios de Jesús no eran tan claros. Pero ahora sí: el sepulcro vacío es la gran invitación a creer. También nosotros tenemos la experiencia de hechos que nos sorprenden. ¿Cómo influyen en nuestra vida? Los discípulos vieron todo a la luz de este hecho extraordinario. ¿Cómo influye el hecho de la resurrección en la toma de nuestras decisiones?
M. A Cristo, cuya diestra es poderosa, y que es la roca firme sobre la cual podemos apoyar nuestra vida, le imploramos por las necesidades de la Iglesia, del mundo y de nosotros mismos. A cada invocación respondemos:
R. Ten piedad de nosotros, Señor.
1.- Porque la Iglesia vive de la presencia resucitada de Jesús, te pedimos que ella se haga realidad cada vez que nos reunimos a celebrar los sacramentos. R.
2.- Porque el mundo que no conoce la resurrección de Cristo vive en la oscuridad y en el desconcierto, te pedimos por la luz y la fuerza. R.
3.- Porque los más pobres necesitan tener la experiencia viva de Cristo, te pedimos que sea cada vez mayor el número de quienes luchan por la justicia y la paz. R.
4.- Porque nuestra comunidad necesita la vida nueva de Cristo, te pedimos que seamos regalados con nuevos miembros, especialmente niños y jóvenes. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Padre bueno, que estás siempre atento a las necesidades de tu pueblo santo, escucha la oración de tus hijos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Gracias Señor por el don de la vida nueva que engendras en los nuevos cristianos que en las fiestas pascuales reciben los sacramentos de la Iniciación cristiana.
R. Gracias, Señor.
1.- Gracias Señor porque la fuente inagotable de tu amor se hace manifiesta cuando nos reunimos a celebrar tu nombre, escuchando tu palabra viva. R.
2.- Gracias Señor por el don de ser testigos de la resurrección del Señor, anunciando esta noticia que cambia nuestros corazones y la misma historia humana. R.
3.- Gracias Señor por la posibilidad de consolar a los que están solos, abandonados o enfermos, con el anuncio del triunfo de tu Hijo. R.
M. Culminamos nuestra oración, con la oración de los hijos. Nos atrevemos a decir: Padre nuestro…
Resucitó/ Cantad al Señor un canto nuevo/ A la cena del Cordero/ Hija de Sión.