Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena.
En este segundo domingo de marzo la comunidad cristiana vive el 4° de Cuaresma. Avanza en este especial tiempo de gracia y de bendición. Se acerca la Semana Grande o Semana Santa que se inicia el 24 de este mes con el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor.
Estas semanas de preparación, camino a la Pascua, las iniciamos en comunión el pasado 14 de febrero con el Miércoles de Ceniza. Personalmente, en familia y en la comunidad de los fieles, se procura vivir los aspectos fundamentales de la espiritualidad de la Cuaresma, oración más intensa y prolongada, ayuno y abstinencia, como también la práctica de la solidaridad. El primer aspecto -la oración más intensa y dedicada- convoca a una participación más asidua en la Eucaristía, como también a un mayor acercamiento a la Palabra, para un conocimiento profundo de Cristo presente en ella, procurando vivirla y hacerla nuestra en las opciones de cada día. El ayuno y la abstinencia, particularmente los viernes, siguiendo el espíritu tradicional en la Iglesia para concretar esta práctica arraigada entre los fieles. El tercer aspecto -la solidaridad- se manifiesta en diversas formas, especialmente en la acogida a la tradicional Campaña Cuaresma de Fraternidad. Se escogió este año como lema: “Chile tiende la mano a las familias vulnerables”. El Jueves Santo, último día de Cuaresma -finaliza antes de la Misa de la Cena del Señor- haremos entrega de la tradicional cajita de Cuaresma. Sin duda, para la Cuaresma del 2025 se escogerá una nueva motivación que inspire esta campaña, favorezca a los que sufren y potencie en nosotros el espíritu solidario.
Este domingo la liturgia contempla hermosos textos bíblicos, la primera lectura de la Segunda de Crónicas 36 ,14-16. 19-23, el Salmo Responsorial es el 136, 1-6; la segunda lectura de la Carta a los Efesios 2, 4-10 y el evangelio de Juan 3, 14-21.
La página del evangelio, es de las más bellas e importantes del Nuevo Testamento, con la proclamación: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Único, para que quien crea en Él no muera, sino tenga vida eterna” (v 16).
Contemplando el amor de Dios, que es pleno, total y definitivo, por todos y cada cual, cabe sólo gratitud, reconocimiento y respuesta generosa de nuestra parte, aunque será siempre limitada. El amor de Dios, manifestado no obstante nuestras infidelidades -también del pueblo escogido- supera todo límite y correspondencia humana. La prueba mayor es la entrega que hace el Padre eterno de su Hijo amado en el madero de la Cruz, por amor a nosotros y nuestra salvación.
“Para que quien crea en Él no muera, sino tenga vida eterna” (v 16). El ofrecimiento de la vida eterna debe, sin embargo, ser aceptado en la fe, pues lo contrario equivaldría excluirse de la vida misma: “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él. Quien cree en Él no es juzgado; el que no cree ya está juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios” (vv 17-18).
Cada día es una oportunidad para contemplar a Cristo Nuestro Señor, que en el madero de la Cruz entrega generosamente su vida por amor al Padre Eterno y a nosotros. Contemplamos el amor de Dios que entrega a su Hijo único, “para que quien crea en Él no muera, sino tenga vida eterna”.