José María Arnaiz, SM
La mayor necesidad y satisfacción de un cristiano es conocer mucho y bien a Jesús. Solo en la medida en que le conozcamos mejor podremos vivir, decir y enseñar lo que Él vivió, y sólo en la medida que vivamos lo que Él vivió, le conoceremos y describiremos adecuadamente. Jesús fue una persona fuera de serie que nos lleva a una nueva y valiosa comprensión de todo ser humano.
Hay textos evangélicos que nos ayudan a formular bien nuestra comprensión y definición de Jesús. Por supuesto, entre ellos no podemos meter el de Mc 8, 27-35 que nos presenta la rotunda respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús sobre “¿quien dicen ustedes que soy yo?”: “Tú eres el Mesías”. Pero la manera de entender ese mesianismo estaba muy lejos de la verdadera comprensión de lo que es Jesús. Pedro sigue en la dinámica de un Mesías terreno, poderoso, triunfante y glorioso; pero él no concibe que tenga que sufrir mucho y que termine sus días en una cruz y en la creación de un nuevo Reino de verdad, justicia y paz. Quien bien le conoce logra caminar con mucha alegría para vivir, una mirada compasiva hacia los seres humanos y una gran creatividad propia de quien vive amando.
Por supuesto, responder atinadamente a la pregunta de quién es Jesús es una tarea inmensa. Ese intento ha tomado una fuerza especial en los últimos siglos y, sobre todo, en el presente. Nos ha llevado a hacer un estudio y propuesta de los Evangelios como modo y medio que nos lleva a identificar bien la realidad de Jesús. Tenemos que aprovechar las mejores condiciones en las que ahora nos encontramos para responder a esta inmensa pregunta con un pensamiento y un lenguaje muy adecuado a la realidad.
Para lograrlo, hay que dejar de lado la propuesta de Pedro; debemos tomar otro camino. El del que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y sólo después resucitar a una nueva vida; ese Hijo del hombre pertenece a la raza humana y en plenitud. “Este hombre” es el único título que se atribuye Jesús a sí mismo. Ese “tiene que” traduce y expresa la exigencia del verdadero ser del hombre. “Padecer mucho” manifiesta los muchos dolores de toda la vida de Jesús y, en particular, el de su muerte en cruz. Esta alternativa es bien distinta de la que esperaban los judíos y los discípulos del Señor. Él no es poder y dominio sino alguien que se deja crucificar, sin hacer daño a nadie después. El itinerario de salvación de Jesús es muy diferente del de Pedro. Es el de una muerte que lleva a la vida.
En el corazón de Jesús está la entrega generosa al servicio de los demás y de la cruz; esto sí lo encontramos auténticamente en su corazón; y es algo irrenunciable y muy lejano del poder, del mandar y del dominio. Es la manera de pensar y de ser de Jesús. “Si uno quiere venir conmigo que se niegue a sí mismo…”. Aquí el “sí mismo” hace referencia al falso “yo”. El necesario desapego a ese falso Dios es exigencia clara y precisa para poder saber quién es Jesús y entrar por el camino que Él nos propone.
No hay duda que el que solo se preocupa de su individualidad malogra toda su existencia y su conocimiento de Jesús: “El que quiera salvar su vida la perderá…”. Así malgasta toda su existencia y conocimiento de Cristo. Pero el que superando su egoísmo descubre el verdadero ser y actúa en consecuencia dándose a los demás con un servicio generoso, conseguirá su pleno sentido para su vida y descubrirá quien es el Señor.
Hay que estar muy atentos a nuestro proceder porque sin querer queriendo podemos llegar a tergiversar el Evangelio entreteniéndonos con lo instintivo, los sentidos, la razón; por esos caminos terminamos fácilmente en el egoísmo, en lo sensible, lo material. Así no conseguimos que lo que vale de veras cobre su real importancia.
¿Quién es Jesús? La respuesta, una vez más, no puede ser el fruto de un razonamiento filosófico o teológico. Solo es una vivencia interior que nos hace descubrir y vivir lo que vivió Cristo y eso nos llevará a conocerle en plenitud. Jesús desplegó en plenitud todas las posibilidades del ser humano. La clave de su mensaje y de su persona no es otra que ésta: vivir un sano dolor en una cruz es más humano; sobre todo si lleva a la resurrección y viene de alguien que es “camino, verdad y vida”.
Esta pregunta nos la tenemos que repetir ya la respuesta que demos nos ayudará a descubrir y decir quién es el Señor y quién es el ser humano. No podemos olvidar que no se debe hacer poco para lograr una buena respuesta al ¿quién soy yo? Por supuesto que no se trata de un conocimiento externo ni de conocer y aceptar mera doctrina. Se trata, nada menos, que, de responder con nuestra propia vida, con un Evangelio vivido.
El ser humano desde su vivencia interior puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato sino el alcanzar la plenitud humana lo que, por supuesto, le llevará más allá de la satisfacción sensorial, lo que en nuestro mundo se traducirá en “fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”. Si la razón cede a las exigencias del ego la biología reaccionará produciendo dolor. Pero un dolor que es el que Jesús nos propone como camino necesario para alcanzar la plenitud y la respuesta a la gran pregunta: ¿Quién es Jesús? En la importante y atinada contestación a este tema y a esta pregunta de Jesús han trabajado mucho y bien dos grandes creyentes: José Antonio Pagola y Fray Marcos. Los dos me han inspirado mucho para esta respuesta y se los agradezco.