Avanzamos en el mes de agosto en su tercer domingo –Mes de la Solidaridad-, que estamos viviendo en las parroquias y otras instancias pastorales, bajo el lema: “La alegría de donar y donarse”. La comunidad cristiana celebra hoy el 20° del tiempo Ordinario. El buen Padre Dios la alimenta con su Palabra, el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, como del testimonio fraterno y la comunión entre sus miembros, también ellos, verdadero Cuerpo de Cristo. Los textos bíblicos son hermosos y ofrecen numerosas perspectivas para la vida personal, familiar y comunitaria: Isaías 56, 1. 6-7; Salmo 66, 2-3. 5-6.8; de la Carta a los Romanos 11, 13-15.29-32 y del Evangelio de Mateo 15, 21-28.
El Evangelio es el relato de un milagro realizado por el Señor a favor de una mujer cananea, alabando delante de toda su gran fe. Ella pide al Señor cure a su hija enferma: “¡Señor, Hijo de David, ¡ten compasión de mí! Mi hija es atormentada por un demonio” (v 22). Pareciera que el Señor no la oye, pero ante la petición de los apóstoles, responde manifestando que “ha sido enviado solamente a las ovejas perdidas de la Casa de Israel” (v 24). La mujer con gran fe se postra delante de Él exclamando: “¡Señor, ayúdame!” (v 25). Nuevamente interviene el Señor, ahora con una comparación que a nosotros nos pudiere parecer ofensiva: “No está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos” (v 26). La mujer, demostrando nuevamente su confianza en Él, le replica: “Es verdad, Señor; pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños” (v 27). El Señor le responde: “Mujer, ¡qué fe tan grande tienes! Que se cumplan tus deseos. Y en aquel momento, su hija quedó sana” (v 28).
Alaba el Señor la fe de la mujer cananea -no perteneciente al pueblo judío-, enseñando con ello que no es la pertenencia a un pueblo lo que salva, sino la manifestación de fe en Él, el enviado de Dios. En una sociedad pluralista como la nuestra, hermanas y hermanos como inmigrantes, o quienes están de paso entre nosotros, ofrecen con frecuencia hermosos testimonios de fe y de sincera adhesión al Señor.
Propongo como actitudes en este día, ante todo el agradecimiento al Señor por el don de su Palabra y las motivaciones que suscita en cada uno al escucharla y acogerla. Es oportuno darle gracias también por numerosos testimonios de fe en nuestras familias y en las comunidades cristianas. Manifestemos nuestro anhelo de aprender de las hermanas y hermanos que nos enseñan con su vida y adhesión al Señor, lo que significa ser sus discípulos.
Por otra parte, tengamos presente que cada santa Misa la iniciamos con una invocación semejante a la de la mujer del Evangelio de hoy: “Señor, ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad…”. El ejemplo de fe de la mujer cananea es simplemente extraordinario. El evangelista Mateo nos lo ha transmitido, entre otros, para que también nosotros manifestemos nuestra fe en Jesucristo Salvador, aunque en ocasiones y circunstancias nos pareciera que Él no oye nuestra plegaria. Prosigamos implorándolo: ¡Señor, ten compasión de mí!
René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena