Pbro. Dr. Mauricio Albornoz Olivares, decano de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas de la Universidad Católica del Maule.

La Virgen María en la historia y en la vida cristiana está estrechamente unida al misterio de Cristo y de la Iglesia, y su figura ejerce una influencia especial en el modo de comprender y abordar nuestra fe. Por esta razón, la doctrina y el culto mariano no son fruto del sentimentalismo ingenuo como se tiende a encasillar en nuestros espacios modernos o intelectuales, sino que impele la inteligencia de los creyentes, haciéndose objeto de devoción: Jesús nació de María (Mt 1,16 Lc 2,6-7, Mc 3,31, Jn 2,1-2, Lc 1,43.) y fue ella quien lo acompañó hasta la cruz (Jn 19,25), aquí se revela su singularidad y la fuente que mueve el corazón de quien, como ella, le da un genuino espacio a Dios en su vida.

En efecto, la experiencia de amor a Dios cambia el modo de relacionarnos con él, y porque se ama entonces se puede inferir, conjeturar, puntualizar, reflexionar y definir, las ideas que de esa relación puedan surgir (DV 21). De esta manera se entra en la dinámica de la fe que mueve e impulsa al creyente a una auténtica adhesión, que posibilita transformar las realidades visibles en un verdadero objeto de devoción que sugiere el invisible.

Entender y sentir (razón y amor) quedan suscritos en la devoción mariana, como necesidades recíprocas para el engrandecimiento de la fe y eso es lo que vemos en cada Mes de María. Porque nadie puede querer lo que su corazón no ha sentido primero, pero nadie puede quererlo si ignora lo que hay que creer. La solicitud recíproca de estas palabras queda así explicitada. Los pobres y sencillos de corazón, que experimentan en sus vidas una fe auténtica nos dan muestra de esa devoción singular, que mueve el corazón y desafía la inteligencia, invitándonos a una integración de la vida y de la fe con ese espíritu que se profesa en cada mes de María.