Por René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena

En este segundo domingo de octubre, 28° del Tiempo Ordinario, tenemos presente que, en las parroquias y comunidades, estamos viviendo el Mes de la Familia y las Personas Mayores. Son numerosos los desafíos y las exigencias que se presentan desde diversos ámbitos a esta fundamental institución. Es necesario intensificar en estos días la Oración por la Familia. De igual modo, reflexionar en conjunto -sobre todo en las propias familias- cómo afrontar tales retos y lograr los mejores sustentos, por parte del Estado y de otras instancias especializadas, que pudieren brindarle apoyo generoso y efectivo. Rezar sobre todo por las personas mayores de nuestras familias, pues se aprecia cada vez más su misión tan relevante. En efecto, la experiencia de vida, la sabiduría que otorgan los años, la capacidad de discernimiento, como la cordialidad y el afecto, son valiosas ayudas en los momentos complejos que atraviesan actualmente no pocas familias.

En este domingo la comunidad cristiana acoge la proclamación del evangelio de Marcos 10, 17-27, conocido como el Joven Rico. La pregunta que encabeza esta columna fue planteada por uno que “llegó corriendo, se arrodilló ante Él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar vida eterna?” (v 17). Después de señalarle el Señor que “nadie es bueno fuera de Dios” (v18) responde al requerimiento: “Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no jurarás en falso, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre” (v 19). Maravillosa es la respuesta del joven: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud” (v 20). El Señor mirándolo con afecto le propone un camino aún más exigente: “Una cosa te falta: ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme” (v 21). Ante estas palabras decisivas el joven se retira triste y ciertamente atemorizado “porque era muy rico” (v 22).

Prosigue relatando el evangelista que el Señor -a partir de este encuentro- presenta a los discípulos su enseñanza sobre la riqueza: “Difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas” (v 23) y relata seguidamente la conocida comparación: “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios” (v 25).

Pedro interpela al Señor, respecto de la situación de los apóstoles: “Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido” (v 28). El Señor les asegura que recibirán el ciento por uno en este mundo y la vida eterna, con otra conocida enseñanza: “Les aseguro que todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la Buena Noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, en medio de las persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna” (v 30).

Impresiona positivamente la primera respuesta del joven rico acerca del cumplimiento de los mandamientos: “los he cumplido desde mi juventud” (v 20). Sin embargo, no dio el paso para una total entrega al Señor y al reino. Consuela y alegra el hecho que Pedro y los demás apóstoles respondieron generosamente al llamado, dejándolo todo, siguieron a Jesús (cfr v 28).

Nada tiene el Señor contra los ricos, ni afirma que las riquezas sean malas, advierte, sin embargo, que pueden impedir acoger los bienes verdaderos del reino. Fundamental es que en el corazón esté asegurado el lugar de Dios, el primero; luego el amor a los pobres y necesitados, sus predilectos.