Lectura del libro de Jeremías.
Que mis ojos se deshagan en lágrimas, día y noche, sin cesar, porque la virgen hija de mi pueblo ha sufrido un gran quebranto, una llaga incurable. Si salgo al campo abierto, veo las víctimas de la espada; si entro en la ciudad, veo los sufrimientos del hambre. Sí, hasta el profeta y el sacerdote recorren el país y no logran comprender. ¿Has rechazado del todo a Judá? ¿Estás disgustado con Sión? ¿Por qué nos has herido sin remedio? Se esperaba la paz, ¡y no hay nada bueno…! el tiempo de la curación, ¡y sobrevino el espanto! Reconocemos, Señor, nuestra maldad, la iniquidad de nuestros padres, porque hemos pecado contra ti. A causa de tu Nombre, no desprecies, no envilezcas el trono de tu Gloria: ¡acuérdate, no rompas tu Alianza con nosotros! Entre los ídolos de las naciones, ¿hay alguien que haga llover? ¿Es el cielo el que envía los chaparrones? ¿No eres Tú, Señor, nuestro Dios? Nosotros esperamos en ti, porque eres Tú el que has hecho todo esto. Palabra de Dios.
Comentario: Jeremías no desea ser duro con su pueblo, porque solo él sabía cuánto lo amaba y con cuánta ilusión no quería su ruina, sino su salvación. Sin embargo, debe insistir en su mensaje y recalcar el pecado colectivo de su pueblo. Por eso, su plegaria está llena de solidaridad y clama misericordia, porque confía en que Dios no faltará a su Alianza de amor.
R. ¡Por el honor de tu Nombre, líbranos Señor!
No recuerdes para nuestro mal las culpas de otros tiempos; compadécete pronto de nosotros, porque estamos totalmente abatidos. R.
Ayúdanos, Dios salvador nuestro, por el honor de tu Nombre; líbranos y perdona nuestros pecados, a causa de tu Nombre. R.
Llegue hasta tu presencia el lamento de los cautivos, preserva con tu brazo poderoso a los que están condenados a muerte. R.
Y nosotros, que somos tu pueblo y las ovejas de tu rebaño, te daremos gracias para siempre, y cantaremos tus alabanzas por todas las generaciones. R.
Aleluia. La semilla es la Palabra de Dios, el sembrador es Cristo; el que lo encuentra permanece para siempre. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». Él les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y éstos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!». Palabra del Señor.
Comentario: Jesús quiere que seamos la buena semilla que pertenece al Reino de Dios. Pero muchos se deciden por ser cizaña que ha sembrado el demonio. La cizaña será quemada en el día de la siega. Este día final se le suele pintar con tintes tremendistas y catastróficos, infundiendo miedos y terrores. Sabemos que quien se ha esforzado en seguir la voluntad de Dios, aun a pesar de sus debilidades y errores, no puede menos que esperar la misericordia por parte de Dios. No nos preparamos para un día de temor, sino para un día de esperanza, retribución y amor.