Semana 22ª durante el año. Semana II del Salterio.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado. Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo insiste a la comunidad de los Corintos cómo se presentó ante ellos sin prestigio ni sabiduría humana convincente o persuasiva, sino débil y temeroso. Su conocimiento y credenciales estaban avalados por la persona de Jesús. Por tanto, no fue el transmisor de ningún conocimiento humano superior sino de la fuerza persuasiva que viene del Espíritu Santo que sale al encuentro para aquellos que se abren al misterio de Dios.
R. ¡Cuánto amo tu ley, Señor!
¡Cuánto amo tu ley, todo el día la medito! Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos, porque siempre me acompañan. R.
Soy más prudente que todos mis maestros, porque siempre medito tus prescripciones. Soy más inteligente que los ancianos, porque observo tus preceptos. R.
Yo aparto mis pies del mal camino, para cumplir tu palabra. No me separo de tus juicios, porque eres Tú el que me enseñas. R.
Aleluia. El Espíritu del Señor está sobre mí; Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Todos daban testimonio a favor de Él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?». Pero Él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: “Médico, sánate a ti mismo”. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm». Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio». Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino. Palabra del Señor.
Comentario: La envidia llevó a los paisanos de Jesús a decir: ¿Dónde estudió Éste? ¿No es el hijo de José? Y nosotros conocemos a toda su familia, etcétera. El Señor padeció el rechazo de su gente. Rechazo que comenzó siendo simpatía y admiración. Sobre todo cuando “el Señor otorga la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y proclama un año de gracia del Señor”. Todo esto lo cumplió a cabalidad y aunque algunos se empeñaban en no abrir su corazón a sus enseñanzas, como es el caso de los escribas y fariseos. A pesar de su obstinada actitud, Cristo no desmayó en su esfuerzo por predicarles la ley del amor.