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Mis amigos y amigas espero que se encuentren muy bien. Hace unos días predicando un retiro en Lima, Perú, una persona me preguntó ¿Cuáles son las actitudes que nos permiten crecer en la fe? Sin duda es una pregunta interesante. No quiero hacer aquí una lista absoluta, ni tenemos el espacio suficiente. Por eso voy a indicar algunas, si les parece.
1. La alabanza. La oración de alabanza es fruto del amor y la fe. Todos tenemos muchas cosas que pedir… y a veces nos olvidamos de alabar y agradecer. Cuando se siente a Dios como el mejor amigo, es una necesidad agradecerle. En el orden religioso debemos gustar, gozar la presencia de Dios y esto robustece nuestra fe, ya que nos permite ver su actuar en la historia y en nuestra vida. Además, alabar nos posibilita experimentar a Dios desde la gratuidad. Incluso nos logra que nos unamos más con otros cristianos, puesto que el corazón de la Iglesia está encendido por la alabanza del Señor. Sin duda, que alabando al Señor se penetra más profundamente en el corazón de la Iglesia.
2. Misericordia. Con frecuencia vemos la tremenda pobreza ética y espiritual de las personas, que lastimosamente va en aumento. Y si no se corrige, aquello que no es corregido suele aumentar en corrupción, en orgullo que discrimina, en avaricia que excluye, en envidia que anula, en gula que intoxica, en ambición que no tiene medida y todo lo demás.
En este contexto, la persona de fe tiende a moderar los juicios personales condenatorios. Es más dada a comprender y a reconocer que detrás de una persona difícil suele haber una historia herida. En el cristiano, la fe siempre debe ser caritativa. Y cuando uno capta mínimamente la misericordia de Dios, juzgar a los demás es una actitud que no agrada. Se toma conciencia de la carga aplastante de debilidad, de ignorancia y de maldad que hay en el mundo… y en uno. Luchamos contra la maldad, pero desde una actitud que busca sanar, no destruir.
San Agustín comenta: “Creer en Cristo es tenerlo en nuestros corazones y Cristo dormido en nuestros corazones es el olvido de la fe”. Por eso, si la fe comienza a adormecerse, comienza un proceso regresivo. “¿No les he dicho que si creen verán la gloria de Dios?” ( Jn 11,40). Hay que tener fe en que Jesús puede “resucitar y resucitarnos” para retomar una vida ética. El Maestro nos enseña a buscar caminos de cambio, no condenando sino aportando amor comprometido. Eso nos hace personas profundas de fe, ya que entendemos la pedagogía de Dios.
3.Humildad. Para abrirse al amor a Dios y a los hermanos se debe limitar el orgullo. Y esto es la humildad. Es la virtud que concede al ser humano una beneficiosa disminución de la soberbia. Lo cual implica un doble movimiento: 1) Reconocer nuestros dones… pero también nuestros límites y faltas. 2) Confiar sin límites en Dios; admitiendo que todo bien viene de Él. La confianza inextinguible en Dios es el camino evangélico para extender el reino de los Cielos. La humildad nos libera de vivir angustiados de que la gente conozca nuestras limitaciones. Uno es todo: grandeza y limitación. Lo acepto y vivo en paz. Misteriosamente, amor de Dios y humildad son dos realidades que se potencian mutuamente, redundando en beneficio para uno y los demás.
La humildad es la verdad. Y justamente, la persona de fe quiere estructurar su vida en torno a la verdad. Recordemos la enseñanza teresiana de que la humildad es andar en la verdad. Sin duda que la verdad y la humildad se congenian muy bien juntas.
4.Acción y Contemplación. Retomemos el texto de san Juan 13, 23. La Tradición señala que mientras san Juan descansaba en el pecho de Jesús, Cristo se convertía en su cabeza. Esta reflexión nos abre a muchas enseñanzas, una es que la Eucaristía no es tanto recibir a Cristo en nosotros, como que Él nos tome en sí mismo. Ya que en cada comunión somos insertados en Jesús más profundamente, o así debería ser. Descansar en el pecho de Jesús no es ser perezosos, es la gracia de descansar en Jesús para luego tener una acción calificada. La fe crece al saber unir acción y contemplación. Es muestra de coherencia rezar intensamente y luego hablar con la gente, servirla, interactuar llevando la paz de Dios. La persona crece en la fe al poseer libertad de espíritu e intimidad con Dios. Esto posibilita una estabilidad profunda y una actitud misericordiosa con el prójimo.
Otras actitudes que nos permiten crecer en la fe son la familiaridad con la Sagrada Escritura, los sacramentos y las obras buenas (especialmente el servicio a los excluidos de la sociedad). Todo esto lleva a que cada bautizado sea un agente pastoral.
5.Misionando. Finalmente quien tiene a Dios en su corazón desea compartirlo a los demás. La confianza en la acción del Espíritu Santo nos impulsa siempre a ir y predicar el Evangelio. El decidido testimonio de la fe se agradece, ya que la sociedad actual lo necesita, tiene sed de Dios, aunque muchas veces no lo sepa. La fe del misionero debe ser una fe valiente, porque así como muchos dan una respuesta positiva al don de la fe habrá otros que rechacen el Evangelio, que no quieran, por el momento, un encuentro vital con Cristo. Ya san Agustín planteaba este problema en un comentario suyo a la parábola del sembrador: “Nosotros hablamos, echamos la semilla. Hay quienes la desprecian, quienes la desechan, quienes la ridiculizan. Si tememos a estos, ya no tenemos nada que sembrar y el día de la recolección nos quedaremos sin cosecha. Olvidando que otras semillas caen en la tierra buena…. Puesto que quien oye y se aparta de la iniquidad, progresa en la verdad; se retira del crimen y se acerca a Dios”. (Discursos sobre la disciplina cristiana). El rechazo, por lo tanto, no puede desalentarnos porque sabemos que hay mucho terreno fértil que debemos sembrar, aún con nuestras limitaciones. La fe que se ha robustecido nos dice con certeza que la semilla de la Palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia, paz, amor, de nueva humanidad y de salvación. Realmente podemos cambiar esta historia siempre tan amenazada de violencia y guerras.
Mis buenos amigos y amigas, Dios nos permite crecer en la fe. Nos vemos el mes próximo.