Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena.
En este último domingo de febrero, la comunidad cristiana celebra el 2° de Cuaresma, que se conoce como de la Transfiguración, acontecimiento que se proclama en el Evangelio cada año, en esta ocasión en la versión de Marcos (cfr. Mc 9,2-10).
En nuestras celebraciones, especialmente dominicales, hacemos memoria del misterio fundamental en la vida de nuestro Señor, su gloriosa resurrección. Es también para cada bautizado el acontecimiento trascendental, dado que “somos hijos de la resurrección”, “vivimos después y a causa de la resurrección”. La Transfiguración que es la revelación de Jesús como Hijo dilecto del Padre, señala la gloria, al final de su camino, que es también la prometida a los discípulos misioneros suyos, si perseveramos en la senda del amor que Él trazara.
Corresponde en la primera lectura del Genesis (Cfr. Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18) el acontecimiento bíblico en el que Dios pide a Abrahán el sacrificio de su Hijo único, Isaac. Abrahán manifiesta obediencia a Dios, como también fe inquebrantable en sus promesas. El sacrificio propiamente tal no llegó a realizarse, sin embargo, por el acto de su obediencia fiel, Abrahán y en él todos los pueblos son bendecidos por el Señor. Son numerosas las enseñanzas del patriarca Abrahán, resaltan sobre todo su fe y obediencia, que son simplemente ejemplares.
Por otra parte, en el pasaje de la Carta de Pablo a los Romanos que se lee hoy (Cfr. Rom 8, 31-34), el apóstol expresa su convicción de fe, que debe ser también la nuestra: “si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra?” (v 31). Dios mismo no, pues “no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (v 32). Tampoco lo será Cristo, pues Él murió por todos: “¿será acaso Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros?” (v 34). Qué gran consuelo en cada circunstancia de nuestra vida: Jesús, el Hijo de Dios, está a la derecha del Padre intercediendo por nosotros.
La manifestación del apóstol Pablo, refiere al ofrecimiento que se dispuso a realizar Abrahán de su hijo, Isaac, sin embargo, no llegó a ser ofrecido, en cambio Cristo se ofreció en el Altar de la Cruz, en obediencia filial al Padre y como prueba de amor por todos nosotros.
Al celebrar en este día el 2° de Cuaresma, dirijámonos al Padre eterno con la Oración Colecta: “Padre santo, que nos mandaste escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu Palabra…”. Que el Evangelio de la transfiguración nos fortalezca en la esperanza de la Gloria de la Resurrección, de nuestro Señor. De igual modo nos sean de valiosa ayuda la obediencia y la fidelidad de Abrahán, como también las valiosas enseñanzas del apóstol Pablo a los Romanos.
La Cuaresma nos llama a oración más intensa, práctica del ayuno y también de la limosna. Es un camino de espiritualidad que tiene como meta el gozo de la Pascua. La trasfiguración, por su parte, anuncia su resurrección gloriosa. La voz del Padre: “Éste es mi Hijo querido. ¡Escúchenlo! (v 7)”, señala que Él es el cumplimiento de las promesas, la Palabra que el Padre pronuncia para el mundo, el Maestro que nos envía. ¡A su Hijo debemos escuchar y obedecer! ¡A Él debemos acoger y también recibir en el ofrecimiento de su Cuerpo y Sangre, alimento principal para el camino de Cuaresma, también anticipo del banquete en la Gloria!