La liturgia de hoy nos invita al silencio, a la reflexión y a la adoración, ante el mayor misterio de nuestra fe: Dios es uno en su naturaleza, y trino en las personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es familia, crea al hombre, lo ama, lo recoge en su gloria definitiva.
Por no haber cultivado nuestra fe con el estudio y la oración. Por no abrirnos al amor del Padre Dios. Por no valorar debidamente la comunidad, signo de la Trinidad.
Con lenguaje poético, se describe el rol de la sabiduría junto a Dios en la creación del mundo. Nace espontáneamente el deseo de cuidar la naturaleza como obra amorosa de Dios.
Llamado de Pablo a la fe, a la esperanza que no defrauda, a la alegría en las pruebas, pues nuestra fuerza nace del amor con que Dios nos ha gratificado.
Ofrecemos en el altar estos dones, que recibimos de su providencia de Padre y que el Espíritu Santo transformará en el cuerpo y en la sangre de Jesús.
La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo en el Espíritu Santo, es anticipo y promesa de vida eterna.
Dios es comunidad, Dios es familia. La Iglesia es la familia de Dios: la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. A nosotros, cristianos, nos corresponde el deber de testimoniarlo con la fe y el amor.