Celebramos en este tercer domingo de junio el 11° del tiempo Ordinario. La comunidad cristiana acoge en la primera lectura un pasaje del Éxodo 19, 1–6, preparatorio al evangelio, el llamado y la misión de los apóstoles (cfr Mt 9, 35-10,8). Moisés de parte de Dios, hace presente al pueblo la misión de salvación que tiene en relación a las naciones: “Ustedes serán para mí un pueblo sagrado, un reino sacerdotal. Esto es lo que has de decir a los Israelitas (v 6)”. El Salmo que corresponde hoy, el 100 (99) es una invitación a aclamar y servir al Señor con alegría (vv 1-3), bajo un doble fundamento, pues “el Señor es bueno, su amor es eterno, su lealtad perdura por generaciones” (v 5), como también porque “nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño” (v 3). La segunda lectura de la carta a los Romanos (cfr Rom 5,6-11) patentiza que es Cristo quien nos salva. En efecto, “Dios nos demostró su amor en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros” (v 8), más aún, “ahora que su sangre nos ha hecho justos, nos libraremos por Él de la condena” (v 9). Así, por medio de Jesucristo que nos ha obtenido la reconciliación, “podemos gloriarnos en Dios” (v 11).
En su misión de enseñar y proclamar la Buena Noticia, como también sanando enfermos, el Señor siente compasión por la multitud: “se conmovió por ellos, porque estaban maltratados y abatidos, como ovejas sin pastor” (v 36) y pronuncia esta expresión conocida entre nosotros: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al Dueño de los campos que envíe trabajadores para su cosecha” (vv 37-38). Son las multitudes abatidas -hombres y mujeres de todos los tiempos- por las cuales el Señor se conmueve. Enseñanza para sus discípulos de todos los tiempos, la opción prioritaria por las hermanas y hermanos que sufren, los desheredados, los que más necesitan de la bondad del Señor y de las actuaciones de sus discípulos misioneros. Luego, la importancia fundamental de la oración, el único instrumento capaz de actuar al mismo tiempo en el campo de la gracia y en aquel de la libertad, permitiendo al hombre discernir una llamada y responder a Dios. En un camino de Fe, la oración permite entregarse a la voluntad de Dios y darle una respuesta generosa a un particular proyecto de vida al que Él llama. ¡Qué fundamental es la oración en la crisis actual de las vocaciones en la Iglesia!
Anuncia también el Evangelio de hoy el llamado del Señor a los doce apóstoles –por su nombre- y el envío a participar de su misión, diríamos hoy, corresponsables en su misión. El número doce evoca las tribus del antiguo Israel, pues siendo llamados y enviados los apóstoles representan a la Iglesia, el nuevo Israel. Les otorga el Señor “poder sobre los espíritus inmundos, para expulsarlos y para sanar toda clase de enfermedades y dolencias” (10,1), dándole precisas instrucciones que comportan gran compromiso: “de camino proclamen que el reino de los cielos está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien a los leprosos, expulsen a los demonios” (vv 7-8). Resalta el aspecto de la gratuidad, el desinterés al concretar el envío misionero: “Gratuitamente han recibido, gratuitamente deben dar” (v 8).
También a nosotros el Señor nos llamó y envió. Sintamos como Él verdadera compasión por quienes están sufriendo, corporal o espiritualmente. En la oración sigamos pidiendo al Señor: “que germinen las semillas que esparces con generosidad en el campo de tu Iglesia, para que muchos quieran dedicar su vida a servirte en sus hermanos” (MISAL ROMANO, Por las vocaciones a las Sagradas Órdenes, oración después de la comunión, p. 992).
René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena