La Ascensión del Señor es la celebración de Jesucristo que vuelve al Padre para estar siempre con nosotros. Es la presencia del Señor Jesús en su Iglesia que la empuja a la misión: “vayan y hagan discípulos”. Así, la Pascua culmina con el envío en misión de los discípulos, y el Espíritu Santo como fuerza para la misión.
Partir para quedarse
El texto evangélico de hoy nos narra la última manifestación de Jesús resucitado a los discípulos, a quienes envía en misión: vayan y hagan discípulos; con una promesa: yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.
Una mirada equivocada de la Ascensión del Señor es pensar que Jesucristo nos deja y se va de este mundo para ir a morar en la gloria eterna de Dios. Entonces, se piensa que así como vino en Navidad y se hizo cercano a nosotros; ahora en la Ascensión se va y nos deja en nuestro mundo.
La Ascensión es todo lo contrario: Jesús, el Resucitado, es Señor victorioso a quien se le ha dado todo poder en el cielo y en la Tierra; es decir, es Dios, y como tal permanece para siempre junto a los suyos. Como Señor está presente y actuando en este mundo.
El envío y la audacia de creer
El Resucitado que permanece para siempre envía al pequeño grupo de discípulos: Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos. El Señor pone a los suyos, a su Iglesia, como signo de su presencia y cercanía, y les confía la misión de abrazar el mundo entero con sus enseñanzas.
Aquí aparece la desproporción entre la misión confiada y el pequeño grupo que la recibe. Son once discípulos, un grupo insignificante de hombres como nosotros, con sus virtudes y sus límites, con sus luces y sus sombras; pero, tuvieron la audacia de creerle a Jesús resucitado y se lanzaron por el mundo entero.
También hoy sentimos la desproporción entre la misión y nuestras posibilidades. La Iglesia siempre estará sobrepasada por los desafíos de la misión. Cada cristiano vive la desproporción entre los problemas que le toca enfrentar como testigo de Jesús y sus propias posibilidades. Siempre ha sido así y será así, porque la misión del cristiano y de la Iglesia no se apoya en sus propias fuerzas y posibilidades humanas, sino en el poder del Señor y su presencia permanente. Lo que nos corresponde a nosotros es la audacia de creer y estar dispuestos a actuar, el resto, lo hace el Señor.
Comisión Nacional de Liturgia
Hoy aclamamos el triunfo de Jesús resucitado, recibimos de él la misión de hacer discípulos en todos los pueblos, y nos afirmamos en su promesa que nos hace de permanecer siempre con nosotros.
Las lecturas de hoy nos hablan del Señorío de Jesucristo. Así, en la primera lectura, se nos narra la experiencia de los primeros discípulos del poder del Resucitado en la Ascensión. El apóstol Pablo, proclama un himno de alabanza a Dios por todos los dones que ha dado a la humanidad por medio de Jesucristo. El evangelista Mateo, nos trae el relato de la misión que el Resucitado confía a sus discípulos de llevar el evangelio por el mundo entero. Esa misión va acompañada de la promesa del Señor de permanecer siempre junto a los suyos hasta el fin de los tiempos.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: «La promesa, les dijo, que Yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días». Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» Él les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra». Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir».
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. El Señor asciende entre aclama-ciones.
Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el soberano de toda la tierra. R.
El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey. R.
El Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones el Señor se sienta en su trono sagrado. R.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso. Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que Él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que Él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Éste es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquél que llena completamente todas las cosas.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo», dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo. Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
¿De qué manera voy sintiendo en mi vida el cautivante atractivo de Jesús resucitado y su evangelio? ¿Cómo me voy dejando cautivar por él? ¿De qué manera voy siendo un testigo del Señor Jesús en los ambientes en que me muevo? ¿Qué pasos necesito dar para ser un mejor testigo y colaborador de la misión del Señor Jesús, que llama a todos a ser sus discípulos?
M. Oremos a Dios con insistencia, para que así como escuchó las súplicas de su Hijo amado, atienda bondadosamente nuestras peticiones. A cada invocación respondemos:
R. Jesús resucitado, escúchanos.
1.- Señor Jesús, te pedimos por toda la Iglesia y su unidad, para que seamos un signo de tu amor en el mundo. Roguemos al Señor. R.
2.- Señor Jesús, ilumina y fortalece al papa Francisco y todos los pastores de la Iglesia, para que sean testigos de tu evangelio. Roguemos al Señor. R.
3.- Señor Jesús, ayúdanos a todos con la cercanía de tu amor para que podemos ser testigos de tu evangelio en nuestras familias y en nuestros ambientes de estudio o trabajo. Roguemos al Señor. R.
4.- Señor Jesús, tú estás disponible para todos, especialmente para los pobres y los que sufren, danos tu amor para estar abiertos a acoger y servir a todos. Roguemos al Señor. R.
5.- Señor Jesús, ayúdanos a hacer de nuestra comunidad de N., una comunidad unida en tu amor, abierta y acogedora, que sepa superar cualquier tipo de división para ser mejores testigos tuyos. Roguemos al Señor. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Dios nuestro, que conoces la vida de los aquí presentes y sabes que esta-mos sujetos a muchas necesidades. Escucha las peticiones de los que te suplicamos y atiende los deseos de nuestros corazones creyentes. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. A ti, Señor Jesús, que resucitado eres el vencedor del pecado y de la muerte.
R. ¡Gloria y honor a ti, Señor Jesús!
1.- A ti, Señor Jesús, que conociendo nuestra debilidad nos confías la misión de ser tus testigos en nuestro mundo. R.
2.- A ti, Señor Jesús, que has empeñado tu palabra en la promesa de permanecer siempre junto a nosotros, hasta el fin de los tiempos. R.
M. Padre, en el Señor Jesús nos confías la misión de ser los testigos de tu amor en nuestro mundo, acudimos a ti con la oración que él nos enseñó, implorando que la cercanía de tu presencia nos sostenga en nuestra vida de cada día: Padre nuestro…
Somos un pueblo que camina/ Hacia ti, morada santa/ Salmo 46 (con la 2ª estrofa): Aleluya. Dios asciende entre aclamaciones/ Id, amigos, por el mundo/ Canción del testigo (Por ti, mi Dios).