En el día en que la Iglesia celebra y recuerda la institución de la Eucaristía, del Sacerdocio y del Mandamiento nuevo, me dirijo sobre todo a vosotros, Sacerdotes, miembros del Instituto Jesús Sacerdote, para enviaros un mensaje de felicitación y de cercanía en esta celebración.
Entre los dones más grandes que el Señor ha otorgado a la humanidad, los del Jueves Santo son los más significativos, tanto porque resaltan su gran amor a la humanidad, justo en la noche de la traición, cuanto porque perpetúan en todo tiempo, en todo lugar y para todos los hombres, su presencia amorosa y revitalizadora.
Reflexionando sobre la identidad del Sacerdote, sobre cuanto se le confiere en su ordenación sacerdotal, sobre aquello para lo que ha sido habilitado a realizar con su vocación y sobre el don concedido, creo que todo ello deba hacernos temblar el pulso.
Recojo algunas reflexiones contenidas en el libro del Cardenal Comastri: “En la noche en que fue entregado” editado por Ediciones SAN PABLO, y algunas reflexiones de personajes citados por dicho Cardenal en ese libro.
“Cada vez que celebramos la Santa Misa, los sacerdotes deberíamos emocionarnos profundamente al pronunciar las palabras de la consagración. Precisamente en el momento en que del modo más claro se manifestaba nuestra indignidad, Jesús nos ha salido al paso con un gesto de Amor infinito, un gesto inmerecido, un gesto totalmente gratuito, un gesto que aguarda nuestra respuesta hoy”.
Y cita al escritor Doménico Giuliotti (1877-1956), que escribe: “El sacerdote es un hombre, pero está por encima de los Ángeles; es un pecador, pero perdona los pecados; es un siervo, pero el Señor le obedece. Los Ángeles e incluso la Reina de los Ángeles, no tienen el poder de absolver, ni el de llamar a Cristo cada día a renovar en la Santa Misa la ofrenda reparadora de Dios a Dios. Él, solo él puede hacer estos prodigios”.
Recuerda también al gran científico Enrico Medi (1911-1974), quien hablando a un grupo de sacerdotes, dijo: “Queridos sacerdotes, después de haber celebrado una Santa Misa, ¿cómo podéis volver tranquilos a la vida de cada día? ¿Pensáis, creéis en lo que acaece en cada una de las Misas? Jesús se identifica con vosotros, casi se hace una sola cosa con vosotros, se os sobrepone hasta decir mediante vosotros: “Esto es mi cuerpo, Esta es mi sangre”. ¡Y acaece el milagro! ¡Me vienen escalofríos de emoción! Queridos sacerdotes, no os acostumbréis a este milagro, sino pasmaos cada vez que celebráis una Santa Misa”.
Y en fin cita al Santo Cura de Ars (1786-1859), el cual hablando a sus parroquianos dijo: “Un buen sacerdote, un sacerdote según el corazón de Dios, es el mayor tesoro que el buen Dios pueda conceder a los hombres. Prescindiendo del sacerdote no tendríamos ya la presencia de Jesús en el sagrario. ¿Quién le ha puesto en el sagrario? ¡El sacerdote! ¿Quién ha acogido vuestra alma en el ingreso a la vida con el Bautismo? ¡El sacerdote! ¿Quién la nutre con la Eucaristía para darle la fuerza de hacer su peregrinación hacia el cielo? ¡El sacerdote! ¿Quién le dará el perdón de Dios? Siempre el sacerdote… Después de Dios, el sacerdote lo es todo!… Él mismo se entenderá bien únicamente en el cielo”.
La fotografía del Sacerdote reproducida arriba, en las citas, puede parecer demasiado enfatizada. Si, pero, la realidad es que tenemos en las manos un gran misterio de amor que no es nuestro: se nos ha concedido para vivirlo y disfrutarlo, para hacerlo vivo y presente en la humanidad de hoy.
La vida del Sacerdote está marcada, centrada en la Eucaristía, como fuente y culmen de la propia existencia, de la propia identidad, de la propia misión en medio de la humanidad. La grandeza y la responsabilidad que está en nuestras manos debe hacernos reflexionar: ¿Por qué el Señor me ha elegido a mí para este cometido, por qué precisamente yo, por qué justamente a mí?
Reconociendo nuestra indignidad y pequeñez, hagamos nuestro diálogo/oración entre el profeta Jeremías y el Señor: “Antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de los paganos”. Yo repuse “¡Ay, Señor! Mira que no se hablar, que soy un muchacho”.
El Señor me contestó: “No digas que eres un muchacho: que a donde yo te envíe irás, lo que yo mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte” (Jer 1,5-8).
El deseo que expreso a todos los sacerdotes y a todos los miembros del Instituto Jesús Sacerdote es que seáis “templo del Espíritu” en medio de las vicisitudes y las realidades del mundo, y que no decaiga en vosotros la alegría y la esperanza revertidas en vuestros corazones unidos a Cristo.
Fraternamente,
P. Fracchiolla Vito, ssp
Delegado General Para los Institutos Paulinos de Vida Secular Consagrada
(Publicado originalmente en https://www.paulus.net)