Jesús, después de su muerte y resurrección, preparó a sus discípulos para una gran tarea: anunciar la Buena Noticia. Así concluyó su misión en la tierra. El trabajo de los discípulos será implantar la liberación y la llegada del Reino. Llevan consigo solo la ilusión y el ideal enseñado por Jesús, pero con dudas. En las Sagradas Escrituras la duda se asocia con la falta de fe y de compromiso con la práctica de la justicia. Ahora, ese compromiso es nuestro y como cristianos somos los continuadores de su obra. ¡Cuántas veces, en la vida, hemos sentido esa falta de fe y responsabilidad! Decididos y con buenas intenciones, apostamos por un proyecto, pero pronto lo dejamos por el peso que significa, por comodidad o por miedo al fracaso.
El punto de partida es Galilea y el objetivo consiste en que la justicia del Reino llegue a todos, convirtiéndolos en discípulos de Jesús. Los medios para conseguirlo son el bautismo y la catequesis. El primero, se realiza en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y el segundo, contempla todo lo que Jesús enseñó. Estos medios son el sello distintivo por el cual hemos asumido un vínculo de amor con Jesús. No es un vínculo cualquiera, es para toda la vida. No se descarta cuando se quiere ni se asume lo que conviene. En esto podemos actuar como niños: cuando se cansaron con la pelota, fueron por la Tablet para satisfacer su egoísmo desmedido.
Por eso, la Ascensión del Señor nos enseña a reconocer a Jesús presente en las personas y en la comunidad cristiana. Si no lo vemos, es porque hay muchos que creen en Dios y sus enseñanzas, pero viven como si Dios no existiera. Dice Jesús: Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo, él camina junto a la Iglesia y su promesa termina confirmando, que permanece vivo en la vida de la comunidad. Ya no es visible, pero está de una forma más eficaz, hasta que se lleve a cabo, en sus hijos, la plena comunión de vida.
“Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”, Lc 16, 20.
P. Fredy Peña, ssp.