En este cuarto domingo de Adviento, tiempo especial de gracia y bendición que iniciáramos como comunidad cristiana el pasado sábado 30 de noviembre -primeras vísperas del domingo 1 de diciembre- se anuncian preciosos textos bíblicos y de gran inspiración para estos días, los últimos de preparación a la venida del Hijo de Dios, nuestro Redentor. En la primera lectura la profecía de Miqueas (Miq 6,1-4), el Salmo responsorial 80 (79), 2-3. 15-16. 18-19 y el santo Evangelio de Lucas, la visitación de María a su prima Isabel (Lc 1, 39-45).
Se da inicio con esta Eucaristía a los últimos tres días del Tiempo de Adviento en que, hasta el lunes 16 de diciembre pasado, los textos bíblicos y litúrgicos tuvieron orientación hacia el fin de mundo y la historia; en cambio, a partir del martes 17 y hasta el martes 24, favorecen la preparación para la gran solemnidad de la Natividad del Señor.
La comunidad acoge hoy el evangelio de la Visita de María a su parienta Isabel. La Virgen, apenas recibido el anuncio de su maternidad divina, acude presurosa a la casa de su prima, para compartir la alegría por la maternidad esperada de Isabel y prestarle la ayuda necesaria, servicio que cumplen también entre nosotros numerosas mujeres con gran solicitud, entrega generosa y sacrificada. Plena de Dios, la Virgen santa se demuestra también enteramente disponible al servicio. Es el encuentro de dos mujeres santas, llevando en su seno a dos hijos santos, Jesús y Juan, de quien años más tarde el Señor daría una de las más grandes alabanzas que a persona humana se le pudiere decir: “Les digo que entre los nacidos de mujer ninguno es mayor que Juan” (Lc 7, 28).
Qué expresiones más admirables formulan ambas mujeres. Maravillosa es la respuesta de Isabel al saludo de María: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” (Lc 1, 42-43), se pregunta Isabel. La conciencia de que la Virgen es la portadora de Cristo produce en Isabel esos sentimientos de sencillez, humildad y profunda fe, dado que delante de la Virgen exclama: “¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te anunció” (v 45).
María, por su parte, prorrumpe en un bello himno: “Mi alma canta la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi Salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclava y en adelante me felicitarán todas las generaciones” (Lc 1, 46-48).
Este acontecimiento bíblico ocurrido en la aurora de nuestra salvación -proclamado en innumerables celebraciones- nos abre a numerosas perspectivas, todas ellas de gran esperanza para nuestra vida personal, familiar y comunitaria, tanto en la Iglesia como en la sociedad.
Cercanos a Nochebuena y a la Natividad de nuestro Señor, es una gran bendición para nosotros acoger en este día el evangelio de la Visitación. La Virgen María, en su actitud de cercanía y servicio a Isabel, nos enseña a ser reconocidos a miles de mujeres que en nuestros días solidarizan con otras en estado de gravidez. Todos podemos aprender de este ejemplo y acudir a las necesidades de nuestros hermanos, como uno de los aspectos que favorecen la vivencia de estos últimos días del Tiempo de Adviento, para acoger en nuestro corazón al Hijo de Dios que nos trae los dones de la paz y el amor.