P. José Antonio Atucha Abad.
Queridos amigos, estamos en el mes de julio, mes dedicado a venerar a la Santísima Virgen María, bajo su advocación de “Nuestra Señora del Carmen”. La historia de nuestra nación chilena está muy unida a esta devoción. En esta ocasión, deseo referirme a la espiritualidad del escapulario de la Virgen del Carmen.
Principalmente consiste en el sincero deseo de tomar a la Virgen como nuestra madre y protectora. Es un acto de confianza en María, acompañado del empeño de revivir en nosotros sus bellas palabras pronunciadas el día de la anunciación: “he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1, 38). Vestir el escapulario es tomar un camino de humildad y obediencia a los designios de Dios, es tratar de entender por qué María se llama la “esclava”, la “sierva” del Señor. Servir a Dios no es temerlo o humillarse ante él, más bien, es amarlo sobre todas las cosas, gozarnos de poder cada día elegirlo a él en primer lugar y proclamar con nuestra vida las “grandezas del Señor”.
A su vez, vestir el escapulario del Carmen es confiar en la intercesión y protección especial de María. Son muchas las situaciones de la vida que pueden hacernos dudar de Dios; el escapulario nos recuerda que tenemos una Madre que vela por nosotros, nos anima y susurra en lo más íntimo de nuestro corazón: “hagan todo lo que Él les diga” (Jn 2,5). El escapulario nos anima a invocar a María, a preguntarnos: ¿qué haría ella en mi lugar? Esta antiquísima prenda de vestir se debe llevar con santa dignidad, apartando de nosotros y de nuestros pensamientos, todo aquello que no agrada al Señor.
Por último, y no por ello menos importante, lleva varias promesas vestir el escapulario: asistencia especial de María en el momento de la muerte, y su solícita intercesión para dejar a la brevedad el purgatorio y gozar en el cielo de la Gloria de Dios.
Con el afecto de siempre, les encomiendo a la Virgen del Carmen y me despido con la bendición de Dios.