¡Cuán maravillosos son los misterios de Dios que sabe hacer resplandecer su santidad allí donde menos se piensa, donde el corazón se funde entre el silencio, el apostolado y la oración!
En esta ocasión nuestro homenaje se dirige al querido hermano Andrés, Discípulo del Divino Maestro (paulino hermano, no sacerdote, para quien no conoce de nuestros términos). En sus cortos e intensos años de vida paulina, este hermano nuestro, a quien nos une el Bautismo y la profesión religiosa, supo entregar al Señor todo de sí, haciendo de su vida una ofrenda agradable a Dios, con una liturgia cotidiana que vivía en la oración, el estudio, el apostolado y la vida común.
A diferencia de santos o virtuosos con biografías colosales, encontraremos en Andrés los signos de una santidad que no grita, que no hace ruido, pero que hace bien al alma al reconocerla. En medio de la imprenta y del trabajo como zapatero, nuestro Venerable supo encontrar su lugar de santificación, articulándolo todo al enorme engranaje del naciente apostolado paulino.
Esa santidad silenciosa que percibimos de él hoy nos interpela y se hace oasis de paz, a donde podemos ir a abrevar de las fuentes del Evangelio puro. Sin duda, el Señor estuvo grande con nuestra Familia Paulina.
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