El 28 de julio celebramos la IV Jornada Mundial de los Abuelos. El lema de este año es: “En la vejez, no me abandones” (Sal 71, 9).
El envejecimiento un proceso natural e inevitable. Todo ser vivo envejece y forma parte del ciclo de la vida. Ser adulto mayor no es una enfermedad, sino una nueva etapa de la vida que trae consigo otros desafíos, distintos roles y formas de participación en la familia, en la iglesia y en la sociedad.
Lamentablemente, en nuestra sociedad occidental, los adultos mayores son percibidos como personas molestas, inútiles, enfermas y, sobre todo, que representan una carga emotiva y económica para la familia. Totalmente opuesto a la cultura oriental, donde son valoradas y queridas por su entorno familiar, respetadas por la sociedad y protegidas por el Estado.
En nuestro país, no son pocas las personas de la tercera edad que formaron un hogar, trajeron hijos al mundo, los cuidaron y educaron, que terminan sus días solos o abandonados en un hogar de ancianos o viviendo en situación de calle.
También es injusto y vergonzoso, por decir lo menos, que, luego de haber trabajado toda una vida, una vez jubilados, reciban una insultante exigua pensión, que los obliga a continuar trabajando.
El lema de la Jornada Mundial de los Abuelos de este año nos pide que no los abandonemos y es un llamado para todos: autoridades, legisladores, empresas públicas y privadas, medios de comunicación, la Iglesia y a la sociedad en general.
Seamos agradecidos, valoremos y apreciemos todo lo que nuestros abuelos han hecho, hacen y harán por nosotros. De manera especial, no nos olvidemos de los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas ancianos, que nos administraron sacramentos, nos educaron, nos dieron buenos y oportunos consejos, rezaron por nuestras necesidades y nos dieron un abrazo y palabras de aliento cuando más lo necesitábamos.
Con una visita, una conversación y un abrazo, les daremos una gran alegría.
No los olvidemos. No los abandonemos.
En Jesús, María y Pablo,
El Director