La riqueza del cristiano es la palabra de Dios. Es ella la que ilumina y da sentido a todo. En esta eucaristía nos disponemos a escucharla con la humildad y la sencillez del discípulo de Jesús.
Pedimos perdón por las veces que no hemos agradecido de verdad la palabra de Dios, que se nos da en tanta abundancia; por las veces que la hemos desoído, engañando nuestra conciencia; por no haberla anunciado y compartido.
Presentación de las ofrendas
Los dones, de la Iglesia orante, los ponemos hoy sobre el altar, para que, consagrados, promuevan la santificación del cristiano.
Comunión
El mejor comentario nos lo ofrece san Juan: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”.
Despedida
Salimos de la eucaristía reconfortados con el cuerpo de Cristo y con la palabra salvadora; y asumimos el compromiso de ser mensajeros y testigos de Jesús ante la gente.