Celebremos hoy nuestra eucaristía, alabando a Dios, porque él se apiada de nosotros, cansados y oprimidos, y nos libera de nuestros males.
Hacemos un momento de reflexión silenciosa. Pedimos perdón por no haber seguido a tiempo y cordialmente el llamado misericordioso de Dios.
Por la humillación de su Hijo, Dios nos levanta del pecado; pedimos que nos llene de alegría y que ésta se prolongue en el gozo eterno.
Hoy presentamos, con el pan y el vino, el don de nuestra pobreza: que en ella se revele la riqueza, la sabiduría y la fuerza de Dios.
Saciados con los dones del amor de Dios, podemos vivir en una perenne acción de gracias.
Reconfortados por la palabra y el sacramento, anunciemos a todos que nuestros afanes, inquietudes y cansancios sólo encontraron quietud, reposo y paz en el corazón de Cristo.