Uno de los modos que tienen algunos de comprenderse a sí mis-mos es suponer la originalidad de sus ideas, de sus criterios de valoración y de sus motivaciones para tomar decisiones. Es un modo ingenuo de comprenderse porque la verdad es que muchas de nuestras ideas, criterios y motivaciones están orientadas y condicionadas por diversas influencias externas que asumi-mos –sin darnos cuenta– y que nos parecen “naturalmente” nuestras.
Una mirada lúcida de sí mismo y de los demás no es negar la libertad personal, sino darnos cuenta que lo que nos parece espontáneo en nosotros no lo es tanto, y reconocer y enfrentar los condicionamientos de nuestra libertad.
Ocurre que sin darnos cuenta estamos “habitados” por muchos mundos: el mundo de nuestra cultura, las ideas y actitudes que hemos recibido en la familia, las opiniones dominantes, las influencias de la publicidad, etc… Un paso importante de madurez personal es reconocer el “mundo” que me habita, porque de ello depende –en buena parte– mi manera de habitar este mundo en que vivo.
Habitados por el Espíritu de Dios
La novedad de la fe que celebramos en Pentecostés es que Dios mismo quiere habitar en nuestra vida, y por eso entrega su Espíritu a todo aquel que está dispuesto a acogerlo. Así, Jesucristo dice a sus discípulos de todos los tiempos: reciban el Espíritu Santo.
El don del Espíritu es el fruto maduro de la Pascua de Jesucristo, es el don de Dios a nuestra vida; ¡una vida según el Espíritu Santo! A diferencia de muchos otros “espíritus” que nos habitan, el Espíritu de Dios no se impone ni se infiltra, sino que supone la acogida en la fe; de esta manera, acoger el don del Espíritu es un acto de libertad que nos libera de otros “espíritus” y conduce a vivir en la libertad del Espíritu de Dios.
Enviados a la manera de Dios
El que está habitado por el Espíritu de Dios puede habitar este mundo a la manera de Dios. Es Dios mismo quien nos capacita para vivir en este mundo de la mejor manera, lo que Dios nos da a conocer en lo que Jesucristo dice y hace.
Porque se trata de vivir en el mundo a la manera de Dios, según su Espíritu, la comunidad de discípulos se comprende a sí misma como enviada a anunciar el don de Dios que quiere habitar y transformar este mundo. Esa es la misión que hoy recibimos de Jesús: como el Padre me envío a mí, así los envío a ustedes.
Comisión Nacional de Liturgia
Hoy concluimos el tiempo de Pascua celebrando y acogiendo el don de Dios para nuestras vidas, el don del Espíritu Santo. Dispongámonos para iniciar nuestra celebración con alegría y gratitud por este gran don de Dios para nuestra vida que hoy se actualiza.
La primera lectura, nos presenta el acontecimiento de Pentecostés como un gran soplo de vida y un fuego que todo lo enciende en el amor de Dios. La segunda lectura, nos anuncia que hemos sido bautizados en el Espíritu de Dios para formar un solo cuerpo. En el evangelio, es el mismo Señor Jesús resucitado quien comunica su Espíritu Santo, y nos hace participar de su misma vida y misión. Dispongámonos a acoger esta Palabra con un corazón creyente y un oído atento.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios».
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor. R.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto. Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Vivir según el Espíritu de Dios significa combatir los “espíritus de este mundo” que buscan habitarme, ¿vivo conscientemente este combate por vivir en la libertad del Espíritu Santo? ¿De qué maneras voy cultivando esta vida según el Espíritu de Dios?, ¿qué tiempo dejo a la lectura de la Palabra y a la oración? Por el Espíritu Santo participamos de la misma misión del Señor Jesús, ¿qué pasos necesito dar para vivir la misión de modo más consciente?
M. Porque el Espíritu Santo nos permite llamar a Dios Padre, dirijamos filialmente nuestras peticiones. A cada invocación respondemos:
R. Ven, Espíritu Santo.
1.- Para que la Iglesia en el mundo sea un signo de la novedosa presencia del Espíritu de Dios. Roguemos al Señor. R.
2.- Para que el papa Francisco y todos los pastores de la Iglesia puedan anunciar con audacia y mansedumbre el don del Espíritu Santo. Roguemos al Señor. R.
3.- Para que Espíritu de Dios inspire e ilumine a todos los que tienen responsabilidades en la conducción de nuestra sociedad, para que busquen los frutos de la justicia, de la paz, de concordia y libertad para todos. Roguemos al Señor. R.
4.- Para que los que no conocen al Señor y los que no creen en él puedan llegar a vivir la alegría del evangelio. Roguemos al Señor. R.
5.- Para que nuestra comunidad N., sea un signo de que el Espíritu de Dios hace la unidad desde la diversidad de las personas, y seamos un signo de fraternidad y de servicio. Roguemos al Señor. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Padre Santo, atiende con bondad nuestras súplicas y escucha las oraciones de tus fieles. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Espíritu Santo, desde el bautismo hemos sido sumergidos en ti, renueva en nosotros la vida en el amor de Dios.
R. ¡Ven, Espíritu Santo!
1.- Espíritu Santo, tú eres lo más íntimo en nuestras vidas, ven a sanar nuestras heridas y a darnos siempre la confianza de la fe. R.
2.- Espíritu Santo, tú haces nuevas todas las cosas, renueva la vida de nuestra Iglesia para que resplandezca su hermosura. R.
M. Padre, con el envío de tu Espíritu Santo nos regalas la vida de hijos tuyos en el Señor Jesús, por esto con la confianza y la gratitud de los hijos amados te decimos: Padre nuestro…
Espíritu Santo, ven/ Danos un cora-zón/ Oh Señor, envía tu Espíritu/ Fuego de amor/ Reina del cielo.