Con este domingo de Ramos entramos de lleno en la Semana Santa, y hoy vivimos anticipadamente, a través de la liturgia, la victoria de Cristo sobre la muerte. La entrada del Señor en la ciudad santa de Jerusalén viene a manifestar el cumplimiento de las promesas de Dios, de visitar y salvar a su pueblo.
Nuestra celebración se abre con la bendición y procesión de los ramos. Lo que hacemos no es un mero recuerdo de algo acontecido en el pasado, tampoco es una obra teatral, sino la expresión litúrgica del deseo profundo de acompañar al Señor aclamándolo con cantos (oración de bendición de ramos). Lo importante no son los ramos, sino acompañar con un corazón creyente y gozoso a Jesucristo, nuestro redentor, que nos trae vida en abundancia.
Del gozo de la entrada pasaremos al centro de la celebración, donde la liturgia, con silencio y austeridad, nos invita a contemplar a aquel que siendo de condición divina, se anonadó a si mismo tomando la condición de servidor, realizando así la comunión definitiva de Dios con nuestra Humanidad.
Cristo entra en nuestra ciudad, en nuestro pueblo, en nuestra comunidad, en la vida de cada uno para realizar su misterio pascual y así darnos vida en abundancia. Reconozcamos al Rey y Señor de nuestra vida, proclamemos desde lo más profundo del corazón: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hossana al Hijo de David! Pidamos hoy que la contemplación del misterio de la entrega de Jesús por nosotros, nos lleve a cultivar en nuestra vida actitudes de humildad, de entrega generosa, de obediencia a la voluntad de Dios, y a no escatimar esfuerzos en el anuncio del evangelio.
Comisión Nacional de Liturgia
Previo a la Bendición, el sacerdote hace una breve monición en la que invita a los fieles a participar activa y conscientemente en la celebración de este día.
Oremos. Dios todopoderoso y eterno, santifica con tu bendición estos ramos, y, a cuantos vamos a acompañar a Cristo aclamándole con cantos, concédenos, por él, entrar en la Jerusalén del cielo. Por Jesucristo nuestro Señor.
Y rocía los ramos con agua bendita, en silencio.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo. Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: “El Señor los necesita y los va a devolver en seguida”». Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: «Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga». Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: «¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!» Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es éste?» Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea».
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Después de la homilía, el sacerdote, el diácono o un ministro laico invita a comenzar la procesión.
Queridos hermanos: imitemos a la muchedumbre que aclamó a Jesús, y caminemos cantando y glorificando a Dios, unidos por el vínculo de la paz.
Durante la procesión al templo, se entona un canto apropiado. Se sugieren: Oh Cristo tú, reinaras/ Somos un pueblo que camina/ Que alegría/ Pueblo de reyes.
Con la solemne celebración de este Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa que nos conducirá a la gran fiesta de la Pascua. Hoy nosotros recordamos el recibimiento triunfal que el pueblo más sencillo hizo a Jesús en Jerusalén. Como aquellos hombres y mujeres, como aquellos niños, también nosotros lo saludamos con nuestros ramos, lo aclamamos con nuestros cantos. Para mostrar así nuestro firme deseo de seguirle, por el camino que él nos enseñó, por el camino que nos lleva a la victoria de la Resurrección.
Después de la procesión o la entrada solemne, el sacerdote que preside la celebración comienza inmediatamente con la Oración Colecta.
En el centro de la liturgia de la Palabra, escucharemos hoy el relato de la Pasión del Señor según san Mateo, precedida del canto del Siervo del Señor (Isaías) y de la carta de Pablo a los Filipenses. En estos textos contemplamos el amor de Dios manifestado en Jesucristo, textos que nos deben mover a la compasión y agradecimiento, a la esperanza de la resurrección.
Lectura del libro de Isaías. El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: “Confió en el Señor, que Él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto”. R.
Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos. R.
Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.
Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: “Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel”. R.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos. Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.
Para la lectura de la Pasión no se llevan cirios ni incienso, se omite el saludo y la signación del libro. La lectura está a cargo de un diácono o, en su defecto, del mismo sacerdote. Puede también ser encomendada a lectores laicos, reservando al sacerdote, si es posible, la parte correspondiente a Cristo. Solamente los diáconos piden la bendición del celebrante antes de proclamar la Pasión, como se hace antes del Evangelio.
Después de la proclamación de la Pasión, si se cree oportuno, hágase una breve homilía. Puede hacerse también un momento de silencio.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Toda la vida del creyente tiene por centro el Misterio Pascual de Cristo: su pasión, muerte y resurrección. Estos misterios contemplaremos en estos días santos ¿Cómo me dispongo a entrar en la Semana Santa? ¿Cómo quien recuerda algo del pasado, cómo un espectador? o ¿Cómo quien cree que ahí está la vida que vale la pena?
M. Por medio de Cristo, mediador entre Dios y los hombres, presentemos nuestras súplicas confiadas al Padre.
1.- Para que el modo de vivir de todos los cristianos se parezca más al modo de vivir de Jesús. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.
2.- Para que Dios ilumine a los que tienen responsabilidades públicas y gobiernen con respeto a los valores espirituales y morales. Oremos. R.
3.- Para que los enfermos, los que pasan tribulación, los que viven la soledad, unidos a la pasión de Jesucristo experimenten la fecundidad de su dolor. Oremos. R.
4.- Para que la celebración de la muerte y resurrección del Señor nos haga crecer en la fe, esperanza y el amor. Oremos. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Escucha, Padre, la oración de tu pueblo, que celebra la pasión de tu Hijo, haz que, después de haberlo aclamado con alegría, sepamos seguirlo con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Al Padre, que ha querido que su Hijo, Dios eterno, se anonadará a sí mismo, tomando la condición de servidor, bendigamos diciendo:
R. Bendito seas Padre, que nos has redimido en Jesucristo.
1.- Tu Hijo se anonado hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz, te damos gracias Padre. R.
2.- En Jesús, Hijo tuyo y hermano nuestro, nos ofreces un poderoso ejemplo para que también nosotros amemos a los demás y vivamos para ellos; te damos gracias Padre. R.
M. En el espíritu filial y confiado de Jesucristo oremos diciendo: Padre nuestro…
Santo, Santo, Santo es el Señor/ Alabanza y gloria a nuestro Dios/ Somos un pueblo que camina/ Oh, Cristo tu reinarás/ Caminaré en presencia del Señor/ Acuérdate de Jesucristo/ Mirarte sólo a ti Señor/ No me mueve mi Dios.