La liturgia de hoy nos llama la atención sobre un hecho significativo: el Señor resucitado se hace presente en la asamblea dominical, máxima expresión de la comunidad cristiana.
Pedimos perdón por todas nuestras actitudes contrarias a nuestra comunidad: romper la comunión, no colaborar en las obras de la Iglesia universal, diocesana y parroquial.
Lucas relata los prodigios que realizaba sobre los enfermos la comunión cristiana primitiva. También nos cuenta sobre el crecimiento de los creyentes y la estimación de que gozaban entre la gente.
La revelación a Juan reafirma la fe en Jesús, el primero y el último, el viviente, y la misión de escribir lo que está pasando y el futuro de la Iglesia y del mundo.
Ponemos sobre el altar nuestra fidelidad cristiana como manifestación de entrega total a Cristo, con los dones del pan y del vino. Lo hacemos con alegría.
La unión con Cristo en la eucaristía nos asegura el compromiso de una fe activa, llena de obras buenas.
Somos no sólo individuos, somos miembros de la comunidad de Jesús. Vayamos a testimoniar comunitariamente a todos la alegría de la resurrección.