P. Fredy Peña T., ssp
Cesarea de Filipo es testigo central en el itinerario misionero de Jesús y la oportunidad para desvelar, poco a poco, su identidad mesiánica. No obstante, su mesianismo, siendo victorioso, no está exento del sufrimiento hasta completarlo con su muerte. Jesús, después de haber verificado que Pedro y los otros Once habían creído en él, como Mesías e Hijo de Dios, les explica que “debe ir a Jerusalén y padecer mucho…, ser ejecutado y resucitar al tercer día“. Es un momento crítico para él y sus discípulos, ya que se confrontan dos miradas de juzgar el futuro, la de los discípulos: terrenal y egoísta; y la salvadora y divina, de Jesucristo, condenado, torturado, muerto, pero resucitado.
El sondeo de Jesús a sus discípulos acerca de su identidad confirma cómo se va plasmando y ratificando su identidad: ¿Quién dice la gente que soy Yo? Sin duda, que la repuesta de Pedro afirma quién es Jesús y cuál es su misión. Él es el Hijo de Dios, el Mesías, Salvador. Visión que contrasta con la opinión popular de la época, ya que veían en Jesús a un personaje, milagrero, triunfador, glorioso. Es decir, como alguien que debe tomar el poder y liberar al pueblo judío, incluso con la violencia.
Luego del anuncio de la Pasión, Jesús manifiesta una enseñanza general que es válida hasta nuestros días y para todo aquel que desee seguirlo y ser su discípulo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo…”. Son palabras duras, sobre todo para quienes deseen seguirlo, pero no quieren tener ningún contratiempo, dificultad o sufrimiento. Sin duda que la experiencia del dolor es un elemento esencial en la vida de todo ser humano; y con mayor razón en la de todo cristiano. En el ser humano, porque nadie vive sin él; y de todo cristiano, porque la cruz es el signo de su identidad. Por eso, Jesús nos llama a seguirlo y a saber cómo “cargar la cruz y renunciar a sí mismos”: hay que abandonar las aspiraciones humanas de triunfo, vanagloria y dominio, para mirar las cosas como las ve Dios y no desde el egoísmo del mundo.
«Jesús lo reprendió, diciendo: ‘¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres’» (Mc 8, 35).