Jesús se encuentra con un ciego, que solo a través de su oído y tacto percibe su entorno. La situación del ciego Bartimeo recuerda la de otros ciegos, que viven al margen de la sociedad y dependen de la compasión de otros para sobrevivir. Al percibir que pasaba Jesús, su grito es el único medio para hacerse escuchar, como es también el de los niños cuando quieren algo o de los más débiles para clamar justicia. Al ser llamado, el ciego deja su manto –prenda donde se le echaba la limosna-. Es un signo de ruptura con la sociedad en la que vivía marginado, pues ahora ya no lo necesita. Con Jesús comienza una vida nueva. Pero la sociedad le pide al ciego que se calle. Será la misma que condenará al Señor y que hoy en día sanciona a todo aquel que es un obstáculo para los intereses de quienes ostentan el poder.
A la pregunta de Jesús ¿qué quieres que haga por ti?, la respuesta del ciego es taxativa: “Maestro, que pueda ver”. El Señor vio la fe del ciego y la confirma: “Tu fe te ha salvado”. Bartimeo es el modelo de creyente que mantiene su confianza en Dios a pesar de las contrariedades. Lo reconoce como el Hijo de David enviado por Dios y por eso no se deja intimidar y hace todo lo que está de su parte para llegar hasta Jesús. Actualmente encontramos a otros ciegos, pero no solo de la vista sino del corazón. Son ojos que prefieren no ver todo lo que atañe a Dios, que no pueden percibir quién es y nunca están conformes con lo mucho que Dios da ni menos admiten su deuda pendiente con él.
El ciego sanado presenta un hermoso itinerario para el discipulado: ser conscientes de lo que somos y compasivos: valernos por nosotros mismos siempre será más digno que esperar a que nos den; Jesús puede transformar la vida siempre que se lo permitamos. Por eso es necesario decidirse a romper con ese pasado que nos genera vida y ver el hermoso presente que tenemos.
“Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado’. En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino” (Mc 10, 52).
P. Fredy Peña T., ssp