La invitación hecha a Jesús es una ocasión para mostrar la hipocresía de la sociedad burguesa de la época, ya que el fariseo influyente y sus invitados seleccionados celebran el día sábado. A través de una parábola, Jesús les muestra una enseñanza que solo pueden descubrirla los que están comprometidos con el Reino de Dios y no los que viven preocupados por el prestigio, el honor o el reconocimiento.
En medio de esa sociedad ambiciosa, ¿quién es el más grande, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿Acaso es el que se sienta a la mesa? Pero Jesús se sintió más identificado con los “marginados”, aquellos que no fueron invitados o también con los que no aparecen para la foto, es decir, los que en el anonimato prepararon y sirvieron la mesa pero no participaron de la fiesta. Jesús busca despertar la conciencia de los líderes, que tenían una visión sesgada del Reino de Dios, pues era necesario aplicar una ley de participación distinta a la alta sociedad de la ciudad, como el sistema de aldeas, más igualitarias, que favorecía el intercambio y la ayuda, de manera que nadie pasara hambre.
Pero sucedía todo lo contrario con la actitud del fariseo que buscaba relacionarse con aquellos que solo podían retribuir su invitación. Lamentablemente, el Reino de Dios no es comercio o un trueque de favores, es algo dado gratuitamente, y solo aquel que establece relaciones de solidaridad y gratuidad con los marginados podrá ser coautor de una sociedad nueva.
Sin embargo, para darse sin esperar nada a cambio hay que pedir a Dios que nos despoje de la necesidad de ser reconocidos y adulados. En ese sentido, el soberbio siempre busca darse gloria a sí mismo y resiste a Dios. Solo el humilde puede dar gloria a Dios, porque en la virtud de la humildad está la verdad de Dios que se nos ha revelado en Jesús.
“Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lc 7, 11).
P. Fredy Peña T., ssp