La fiesta de Pentecostés celebra la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente y confirma la promesa que Jesús hizo a sus Apóstoles antes de ascender al cielo (Cfr. Hech 1, 8). Este acontecimiento no se describe, como en otros evangelios, con un plazo de
tiempo entre la Pascua y la venida del propio Espíritu, sino que acontece en el mismo día de la resurrección y trae como consecuencia las primeras luces de paz, confianza y alegría al espíritu.
Sin duda que la resurrección de Jesús favorece para la transformación de sus discípulos, porque continúan la misión que él realizó como enviado del Padre. Pero no les envía “solos” sino que, ayudados, por la asistencia del Espíritu Santo, ahora tienen el poder de generar vida, amor y perdón a los creyentes. Lástima que esta facultad de perdonar los pecados, actualmente, esté tan desvalorizada. Vivimos tiempos en que son pocas las personas que se confiesan y no porque no crean en ese “poder” de Dios, sino porque dejaron de creer en sus intermediarios o pastores. Por eso, muchos optan por entenderse a solas con Dios, allí, en la intimidad del corazón, donde solo tiene cabida Dios y el hombre.
Sin embargo, la acción del Espíritu Santo viene a fortalecer y a vitalizar la vida de la Iglesia. Sobre todo, a quienes se mantienen temerosos de anunciar el amor de Dios. Como Iglesia necesitamos un perenne Pentecostés; porque sin la acción del Espíritu Santo,
no hay fidelidad a Dios, crece el desaliento, el vacío de espíritu y el anti-humanismo. Todo termina en un descrédito sin sentido y se deja de creer en los vínculos, en la amistad, en la fidelidad del matrimonio y en la vida evangélica de la Iglesia. Hay que invocar la presencia del Espíritu Santo para superar la tristeza, el pesimismo existencial y el individualismo como estilo de vida, porque el Espíritu Santo tiene el poder para desaparecer todo aquello y dar fecundidad a la vida cristiana.
“COMO EL PADRE ME ENVIÓ A MÍ, YO TAMBIÉN LOS ENVÍO A USTEDES. AL DECIRLES ESTO, SOPLÓ SOBRE ELLOS Y AÑADIÓ: ‘RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO’”, (JN 20, 21-22).
P. Fredy Peña Tobar, ssp.