P. Fredy Peña T., ssp
Los discípulos de Jesús son enviados con poder para anunciar el Reino y para que no se sientan superiores a los demás. Por eso han de llevar lo estrictamente necesario. De hecho, Jesús les enseña que la eficacia de la Palabra no está en los medios humanos, sino en la confianza y la convicción que nacen de la fe en su persona. Además, continúa su misión y envía a los Doce como heraldos suyos, pues el testimonio de dos permite dar un signo de pobreza, sencillez, de acogida y de ayuda, porque juntos hacen de su peregrinar algo más llevadero. El ir de a dos sirve para autentificar y ratificar los acontecimientos importantes. Sin embargo, más allá de estos alcances, Jesús enseña que para anunciar el Reino solo son necesarias la fuerza del Espíritu y la confianza en su Palabra.
Cuántas veces se piensa la misión basándonos en proyectos y programas, como también, imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, procurando que las personas se conviertan según nuestros criterios, argumentos y no a los de Dios. Y nos olvidamos de que el anuncio del Reino no se afianza y confirma, únicamente, con los argumentos, las estrategias o las tácticas, sino simplemente aprendiendo a amar y a dejarse llevar por los valores del Reino.
La Iglesia es una madre de corazón abierto, que debe aprender a amar y recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado o que está en mayor dificultad. La Iglesia, como la quería Jesús, es la casa de la hospitalidad. Y cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad. Por eso, si hay algo que no debe faltar en la misión apostólica es la predicación de la Palabra de Dios y la manifestación de la bondad de Dios en gestos de caridad, de servicio y de generosidad.
“Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros” (Mc 6, 7).