Fredy Peña T., ssp
Jesús de Nazaret inicia su misión, como “Salvador”, predicando la conversión en el nombre del Reino de Dios. Y, en ese sentido, la proclamación de las bienaventuranzas es como el programa concreto de esa conversión. Pero al mismo tiempo cada una de ellas afecta directa y plenamente al hombre. Además, estas señalan y orientan en particular el comportamiento de los discípulos de Cristo. Por eso, las ocho bienaventuranzas del evangelio de san Lucas constituyen el código más conciso de la moral evangélica o del estilo de vida del cristiano. Porque son un anuncio de felicidad, pero también hacen un llamado al “conformismo”.
En las Bienaventuranzas, el Señor llama a pobres, afligidos y hambrientos a levantar la cabeza, en la certeza de que el Reino de Dios es de ellos y que su situación habrá de cambiar. No obstante, enfatiza que la consolación de los ricos, por ejemplo, produce la pobreza de tantos. Es decir, desafía al mismo tiempo a los ricos para que se liberen de la esclavitud de las riquezas y sean más solidarios con los que tienen menos.
Si vemos a nuestra sociedad, cada vez son más los que pasan hambre, sufren y son excluidos. Por supuesto que a nadie se le ocurre llamarlos dichosos ni tampoco ellos mismos se sienten como tales. Por el contrario, vemos gente rica que disfruta de todas las comodidades posibles y goza el momento presente como si poseyera el mayor tesoro. Entonces, ¿cómo entender el evangelio? ¿Cómo explicar estas antinomias?
No cabe duda de que el evangelio es una fuerza revolucionaria que cuestiona e interpela a la mentalidad de este mundo. Y las personas que se dejan alcanzar por su influjo se abren a nuevas dimensiones y son capaces de descubrir la riqueza del compartir, la alegría de la entrega, la paz en medio del desconcierto. Aprendamos de lasBienaventuranzas para vivir con dignidad humana los valores de una pobreza espiritual rica de Dios; y aquellos que poseen los bienes materiales, vivan el desprendimiento interior y la comunicación de bienes con los que sufren necesidad.
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! (Lc 6, 21).
Complementa tu reflexión personal al Evangelio del domingo con estos aportes de SAN PABLO: