La pregunta de Jesús a los discípulos de Juan Bautista es crucial, pero también se extiende hasta nuestros días: ¿Qué están buscando? Todos, creyentes o no, buscamos un sentido en la vida personal y con quienes la compartimos. No obstante, en esa búsqueda, Jesús intenta descubrir la motivación que tienen los dos discípulos de Juan para seguirlo. Y es que en cada hombre hay un deseo de trascender más allá de la temporalidad, el cambio y la propia muerte.
La respuesta de los discípulos por saber dónde mora el Señor obedece a un deseo de comunión, pues ellos no están interesados en teorías acerca del Maestro, sino que quieren establecer vínculos de intimidad con él. Por eso realizan una experiencia de vida con él. Sin embargo, aunque permanecer con Jesús es fácil, lo difícil es vivir “en” él. Ello, porque lo último implica un esfuerzo mayor, constante, en todo lugar y tiempo, y es para toda la vida.
Por eso la alegría de Andrés transmitida a Pedro es decisiva, porque “encontró” por fin el sentido de su vida al hallar a Jesús. Es una experiencia única, donde confirmó lo que Juan Bautista señaló: “Él es el Cordero de Dios”. Es decir, Jesús es el Mesías, el Siervo del Señor por excelencia y Cordero sacrificial único. A este Cordero los discípulos lo llamaron “Maestro” y Pedro lo reconoció como el Mesías. En Pedro se simboliza a toda persona en busca de identidad y que sabe de sus ambigüedades en la fe hasta “encontrarse” consigo mismo y entender el mesianismo de Jesús.
Al igual que Pedro, hacemos nuestra experiencia personal, colectiva, de Jesús y que, por distintas razones, nos lleva a retroceder en la fe. Queremos ir y ver dónde vive Jesús, pero para eso se necesita ir sin intereses egoístas. Jesús es la sabiduría que se deja ver fácilmente por los que la aman y la buscan sin segundas intenciones.
“Y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”, que traducido significa Cristo” (Jn 1, 41).
Fredy Peña Tobar, ssp.
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