La comunidad pospascual se ve enfrentada a dos problemas: la crisis de identidad y qué implica ser discípulo de Cristo. Aunque Jesús esté presente en la Comunidad -de una manera distinta-, continúa acompañando e impulsando la misión apostólica y el itinerario pascual de los discípulos. Su mediación en la pesca milagrosa tiene una connotación relevante, ya que el milagro ocurre en tierra de paganos. Sin embargo, el hecho de que los discípulos hayan estado toda una noche pescando no fue suficiente, ya que es la intervención de Jesús la que trae la fecundidad a la pesca; es decir, el éxito, en cualquier misión cristiana, no depende únicamente del esfuerzo humano sino de esa presencia viva del Señor resucitado en medio de la comunidad creyente. Sin la fe en la resurrección de Jesús, cualquier misión u obra de caridad es estéril.
La red llena de peces representa la misión universal hacia todos los pueblos liderada por Pedro. Fueron ciento cincuenta y tres peces, número simbólico que según san Jerónimo indica la acción de la Comunidad, encabezada por Jesús, y que convoca a todos sin que por ello haya rupturas o divisiones. Es Jesús quien reparte el pan y prepara el pescado caliente, signo del alimento eucarístico, pues sin este alimento sería imposible realizar obras de auténtica caridad cristiana y de salvación. Podremos asistir y ayudar a otros, pero sin el pan eucarístico nuestras acciones se revestirán de filantropía o de cualquier otra cosa, pero no del amor de Dios.
Por eso las condiciones para seguir a Jesús se manifiestan en la triple pregunta. Pedro, ¿me amas? es una pregunta que debe hacerse todo creyente que dice amar a Jesús. No todos tenemos el mandato de ser pastores como Pedro, pero sí debemos responder al llamado a la santidad que Dios nos hizo desde el día de nuestro bautismo.
Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” (Jn 21, 17).
P. Fredy Peña T., ssp