Fredy Peña T., ssp
En la sinagoga de Nazaret, Jesús da sus primeros pasos de vida pública proclamando y enseñando su palabra, que está movida por el Espíritu Santo, y lo más importante se cumple en lo que dice y hace. Ellas cobran vida en su persona –algo atrevido y pretensioso para sus oyentes–, en especial para los entendidos en la Palabra de Dios. Porque lo que ha leído del profeta Isaías hace referencia a él mismo, es decir, él es el Mesías, lleno del Espíritu de Dios, que es enviado a cumplir su misión para dar la liberación a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor. Pero ¿qué es lo pretensioso y atrevido en Jesús?: ratificar que “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Él se presenta a los de su pueblo como el Mesías esperado.
Lástima que su intervención pública –como quien enseña, experimenta el rechazo a su persona y palabra. Rechazo que comenzó siendo simpatía y admiración, pero que se torna hostil, ya que hay dudas sobre su persona y la autoridad que proclama: “¿No es este el hijo de José?”. Hoy los más eruditos en la Palabra de Dios preguntarían: ¿en qué universidad estudió? Este cuestionamiento de los judíos es el que exige que realice algo más, como un milagro, pero Jesús no se presta para caprichos o intereses solapados. Porque no vino para caer en los celos y envidias de los que dicen “saber” o son más “autorizados”.
Lamentablemente, lo que no entendían de Jesús era que toda su actividad estaba animada por el Espíritu Santo, pues es el ungido y el portador de las buenas noticias para comunicar “vida”. Como cristianos tenemos una misión muy concreta que realizar: “dar gloria a Dios”. Cristo, en las palabras de Isaías, encontró justamente aquello que Dios Padre le pedía: “dar la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y un año de gracia del Señor”. Todo esto lo cumplió Jesús a lo largo de su vida terrena, lástima que aún algunos se empeñan en no abrir su corazón a sus enseñanzas, como lo fue la actitud de los escribas y fariseos. A pesar la soberbia de estos y nuestro tiempo, Jesús, por medio de su Espíritu Santo, no deja de suscitar su amor.
“Entonces comenzó a decirles: ‘Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír’” (Lc 4, 21).