P. Fredy Peña T., ssp
El evangelio de este domingo 28 de julio, concentra una serie de temas esenciales en la vida de Jesús, como su identidad, su misión, su persona y la fe necesaria para llegar a la vida con Dios. Jesús se encuentra seguido por una gran multitud en las orillas del mar de Galilea y su diálogo con Felipe y Andrés es como el prólogo al banquete que el Señor ofrecerá a quienes lo buscan y siguen.
Él inaugura el nuevo éxodo y el paso definitivo a la vida. Así, la travesía del mar de Galilea recuerda y supera a la del mar Rojo. Es decir, el Señor se posiciona como el líder que Dios concedió a la humanidad y que está por sobre Moisés. Porque será él quien los conducirá a la Pascua verdadera y a la alianza definitiva. Una vez más, el Señor tiene compasión de quienes lo buscan y quieren escucharlo, porque eran como ovejas sin pastor. Hoy mucha gente está desorientada, perdida y buscando no solo el pan de cada día, sino también el alimento que les dé sabiduría y sentido a sus vidas. Por eso, Jesús, como buen maestro, enseña no solo la buena doctrina, sino lo necesario y sabio para ser feliz.
Asimismo, en la escena evangélica del milagro de los panes y los peces, pasa muy inadvertida la figura del muchacho, pero su presencia y generosidad fueron claves para que Jesús obrara el milagro. Por eso, todos los portentos realizados por Jesús requieren de la fe de quienes lo piden. Este último requirió de la generosidad de aquel muchacho. En efecto, para obtener el milagro de la propia conversión o del propio progreso espiritual y humano, siempre se requiere la generosidad. Igualmente, sucede cuando hay que ayudar al prójimo. Muchas veces los cinco panes son, sin duda, una representación de los talentos que Dios nos ha regalado. Solo en la medida en que los demos con generosidad fructificarán todo cuanto pueden.
“Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: ‘Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo‘” (Jn 6, 14).