En este cuarto domingo de Pascua, la Iglesia reza unida por la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, instituida por el papa Pablo VI (1964) y vive el encuentro con la Palabra de Dios, por medio de la imagen de Jesús como buen Pastor. Para entender el evangelio de hoy, hay que tener en cuenta el capítulo anterior donde los fariseos (malos pastores) se empecinan en cerrar su corazón frente a los signos de vida que trae Jesús. Mis ovejas escuchan mi voz, las conozco…, es decir, la persona de Jesús da confianza, protección y orienta. Su voz aporta vida, pero no cualquier vida, sino aquella vida que es capaz de sobreponerse a las dificultades o que es capaz de levantarse frente al fracaso. La vida que trae el buen Pastor es saludable, plena y para siempre.
El buen Pastor, Jesús, nos introduce en la intimidad de la unidad de amor, pensamiento y acción del Padre con el Hijo. Pero la sociedad de hoy difícilmente comprende la imagen del buen Pastor, pues el pueblo de Israel se sentía protegido, amparado y amado por el Señor, y así lo refleja la antífona: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar” (Salmo 23, 1. 4). El pueblo anhelaba líderes que estuvieran a la altura de sus cargos, pero, en muchas ocasiones, estos dirigentes trataron al pueblo de manera autoritaria y se sirvieron de él para su propio interés.
No obstante, la figura de Jesús, como el buen Pastor, plasma la auténtica identidad del buen líder y pastor que conoce, protege, ama y da vida a sus ovejas. Jesús no es un mercenario cuya única preocupación es obtener alguna ganancia ni menos un aprovechador que ve en sus ovejas solo un medio para procurarse su propio bienestar. Al contrario, él quiere la felicidad de los que están a su lado y a los que sean fieles les dará la vida que dura para siempre, aquella que supera la propia muerte.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás (Jn 10, 27-28).
P. Fredy Peña Tobar, ssp.
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