El episodio de los discípulos de Emaús responde a la pregunta: ¿Cómo experimentar al Cristo resucitado? El relato refleja el asombro y la incredulidad de los discípulos. Es decir, revela las dificultades de muchos cristianos para aceptar la Resurrección de Jesús, pues el evangelio no busca únicamente mostrar “hechos pasados”, sino iluminar el presente. Para estos discípulos incrédulos, Jerusalén es el lugar de la derrota y de la muerte de Jesús. Por eso, regresar a Emaús no es solamente volver a casa sino abandonar el proyecto de Dios.
No obstante, el Señor sale al encuentro de estos discípulos, que son como aquellos creyentes angustiados que aún no reconocen ni aprecian la cercanía y la presencia del Resucitado. ¡Cuántas veces invocamos al Señor angustiosamente para luego no dejarlo entrar transformando nuestro corazón! Los discípulos de Emaús, que pasan por una crisis de fe, confiesan su “credo”, pero con tristeza. Así sucede cuando se debilita la fe, se profesa a Jesús muerto y resucitado, pero sin ninguna identificación con él, ya que todavía no ha ocurrido ese encuentro personal y transformador.
Ante tanta desazón, dice Jesús: “¿No era necesario que el Mesías soportara…?”. En efecto, ahora él es la clave para entender todo lo que anunciaron Moisés y los profetas. Así, los discípulos comprenden que el sufrimiento de Jesús posee una dimensión “transformadora” y que debe llevarlos a disfrutar de esta nueva presencia del Maestro. Por eso, cabe la pregunta: ¿Somos capaces de transmitir ese sesgo de humanidad y de fe propios de quien se ha encontrado con el resucitado? Sin duda que Dios jamás rechazará el don sagrado de la hospitalidad y por eso siempre es él quien busca, sabe de nuestras dificultades y respeta nuestros procesos y nuestros tiempos de incredulidad. Mientras tanto, el Cristo resucitado continúa alimentando nuestra esperanza con su Palabra y presencia amorosa.
“¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32).
P. Fredy Peña T., ssp
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