Es cierto que conocer la identidad de Jesús no fue algo evidente y claro para sus paisanos. No bastaba con verlo para comprender quién era y qué les ofrecía. Sin embargo, el testimonio de Juan Bautista manifiesta el camino de la comunidad cristiana en búsqueda de una experiencia concreta con la persona de Jesús. Sabemos que conocer a alguien no significa únicamente saber quién es, qué hace o dónde vive. Conocer es hacer experiencia con alguien o algo, es fruto de una convivencia y de una comunión. Este camino de conocimiento y testimonio de Juan con respecto a Jesús es el que también realiza todo creyente. Por tanto, a partir de lo que Jesús hace y del compromiso con él en el “anuncio” podemos llegar a conocerlo realmente.
Juan afirma que Jesús es el “Cordero de Dios”, lo que implica dos aspectos de su vida: es el siervo de Yahvé que lleva en lugar de los demás la culpa y sus consecuencias (Is 53, 7-12) y es el cordero pascual que libera al pueblo (Éx 12). Lo que llama más la atención es que la venida de Jesús no se realiza con un poder deslumbrante ni con un séquito de servidores, como lo hacen los poderosos de este mundo. Ni siquiera Juan lo conocía antes de que le fuera revelado. Y es que Jesús, en muchas ocasiones, fue fácilmente ignorado y pasó inadvertido, como un cordero. En efecto, él se presenta ante los hombres sin avasallar, sin violencia y respetando a las personas en su integridad.
Jesús es el santificador, bautizado en el Espíritu Santo. El simbolismo de la paloma que desciende y permanece en él representa su unción como Mesías. Pero también el amor del Padre, que hace de Jesús la morada del Espíritu, su lugar natural y querido. Por eso Jesús no solo puede perdonar nuestras faltas sino también restaurar el vínculo con Dios, que tantas veces se pierde a causa del pecado.
“He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él” (Jn 1, 32).
P. Fredy Peña T.