Jesús se encuentra en el Templo de Jerusalén, ?centro religioso, político, económico e ideológico de la época?. Allí se enfrenta con los doctores de la ley, que eran peritos en la Biblia y en derecho penal. Su condición de juristas les permitía ser administradores de la propiedad de una viuda y recibían sus honorarios quedándose con una parte de la propiedad; es decir, detrás de esa apariencia piadosa, llamaban la atención de las viudas y luego se adueñaban de sus bienes.
Ante esta mala praxis religiosa, Jesús reprocha el comportamiento de los doctores de la ley y alaba la actitud de la viuda pobre. Cómo no entender a Jesús si la situación de la viuda nos muestra una serie de contrastes: ricos que dan poco y la viuda que regala lo poco tiene; ricos que dan lo que les sobra y la viuda que lo da todo. Jesús no quiere ridiculizar a sus adversarios, pero sí evitar que el pueblo admire su comportamiento y lo imite. El gran problema de los doctores de la ley –y los de hoy? es que siempre ponen en el centro de todo su persona. Quieren ser reconocidos, adulados, enaltecidos, haciendo notar su dignidad, en vez de estar al servicio de la Palabra de Dios y del pueblo. Sin duda que esta visión de las cosas denota la falta de fe y de esperanza en Dios, pues se anhela el reconocimiento “aquí y ahora”, sin confiar que el servicio dado con amor se paga por sí solo y en el tiempo que Dios determine.
Las palabras de Jesús no buscan ser una polémica estéril contra sus detractores. Lo que reprueba en ellos es ese comportamiento egoísta que termina engañando al pueblo. Por eso su enseñanza estimula el corazón a un serio examen de conciencia para donarse, pues el darse es, justamente, entregar tiempo gratuito, acogida, escucha, presencia amorosa, una sonrisa y el mensaje esperanzador de Jesús.
Pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir (Mc 12, 44).
P. Fredy Peña T., ssp