El milagro en la boda de Caná de Galilea es uno de los primeros portentos de Jesús, que el evangelista Juan denomina “signos”, ya que Jesús no lo realizó para vanagloria propia, sino para revelar el amor del Padre. En este episodio, las figuras principales son Jesús y María. María, ante la negativa de su Hijo, espera obediente a su Palabra y afirma: “Hagan todo lo que él les diga”. Invita a los discípulos a tomar una actitud de disponibilidad total en Cristo.
Jesús se manifiesta como el esposo fiel, anunciado por los profetas, y nos revela la profundidad de la relación que nos une a Él. Sí, el Señor no nos trae un sistema doctrinal o de normas, sino la manifestación de su amor. Por esta razón escoge unas bodas, las mismas que fueron anunciadas por los profetas como la alianza mesiánica. Y en este sentido, la vida cristiana es la respuesta a este amor. Dios y el hombre se encuentran, se buscan, se hallan, se celebran y se aman: exactamente como el amado y la amada del Cantar de los Cantares.
Pero ¿cómo es posible celebrar las bodas si falta aquello que los profetas enseñaban como un elemento del banquete mesiánico (Cf. Am 9, 13-14; Is 25, 6)? El vino expresa la abundancia del banquete y la alegría de la fiesta. Sería poco afortunado celebrar una fiesta con té o café. El vino es necesario para la fiesta. Transformando en vino el agua de las tinajas destinadas a los ritos de purificación, Jesús realiza un signo elocuente: transforma la Ley de Moisés en Evangelio, portador de alegría. Así se configura la Nueva Alianza o Iglesia, pues a ella le es confiada la nueva misión: “Hagan todo lo que él les diga”. Servir al Señor es escuchar y poner en práctica su Palabra. También la recomendación simple pero esencial de la Madre de Jesús y el programa de vida del cristiano.
Pero su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn 2, 5).
Fredy Peña Tobar, ssp.
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