La parábola de las diez jóvenes alude a la Segunda venida de Jesús y describe la situación de los que viven en la esperanza el tiempo intermedio entre la resurrección y la Segunda venida. Así, el Reino de los cielos es comparado con una boda donde todos somos invitados y Cristo es el esposo que reclama, ─de su Iglesia─ un amor parecido al de una esposa, es decir, exclusivo, total, fiel, fecundo e indisoluble.
En esta fiesta nupcial acontecen dos hechos: primero, el retraso del novio y la ilusión de los que esperan; segundo: la insensatez de las jóvenes necias al no ir preparadas para la boda. No contaron con el retraso del novio y se durmieron. A veces, la preparación para un encuentro con el Señor debe ser constante, incluso si estamos muy atareados, perdidos o ensimismados. Por eso Jesús no reprocha el hecho de que se hayan quedado dormidas, sino que, habiendo escuchado su mensaje, aún no lo ponen en práctica. En efecto, si no tenemos una fuerte convicción y disposición para Dios, él pasará de largo y habremos perdido el mayor tesoro y oportunidad de nuestra vida.
Mientras aguardamos por la Segunda venida del Señor es urgente ponerse en actitud de vigilancia, pero no pensando en un «fin del mundo», sino en un cambio de actitud. Una vez que llegue el esposo-Cristo, cualquier disposición que no se practicó en vida será tarde. Todo esfuerzo es fútil si se deja para el «último día», porque lo que no se ha hecho con amor durante la vida, ¿se va a hacer por temor al final? Por eso el tiempo de dar los frutos, de estar preparados con las lámparas encendidas, es ahora y no «mañana». El llamado del Evangelio siempre es urgente y debemos estar expectantes a fin de que se realice en nosotros el encuentro constante con el Señor, que viene siempre y en todo momento.
«Pero a medianoche se oyó un grito: ‘Ya viene el esposo, salgan a su encuentro’» (Mt 25, 6).
P. Fredy Peña T., ssp
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