Jesús termina su discurso acerca del Reino de Dios con las parábolas del tesoro en el campo, la perla fina y la red que recoge. Así nos anuncia de qué manera él actúa en este mundo y cuál es la respuesta del hombre a su llamado. Ante esa respuesta, la valoración del Reino de Dios requiere de quien responde: discernimiento y madurez en la fe. En las parábolas, esa valoración es presentada como un bien supremo: el hombre que descubrió el tesoro encontró lo que no buscaba, mientras que el buscador de las perlas finas halló lo que nunca imaginaría. En efecto, la entrada en el Reino de Dios no es por méritos propios, sino que es un don que se ofrece, pero que pide una respuesta y compromiso.
Considerar el Reino de Dios como un valor superlativo no tiene comparación con nada en este mundo y trae consigo la alegría de quienes lo encuentran. Sin embargo, para descubrir o hallar este Reino es necesario desapegarse de todo sin reserva y encarnar las actitudes del Señor. Entrar en el Reino de Dios es dejar que Dios gobierne en nuestra vida y oriente nuestra libertad hacia una auténtica caridad: ¿y de qué forma puede Dios gobernar nuestra vida? Mientras no abandonemos nuestra manera egoísta, calculadora y soberbia de pensar, de querer siempre tener la razón en todo y juzgar desde nuestros propios criterios o principios, entonces reinaremos nosotros mismos, pero nunca reinará el Señor.
Cuando alguien descubre el amor que Dios nos tiene, su vida cambia; y para bien, porque se siente contento y no teme a los obstáculos. Sucede lo mismo con el Reino de Dios: Cuando el creyente descubre su vocación, lo que Dios le ha deparado, entonces ha encontrado el fundamento y el sentido de su vida. En cambio, ¡qué fatalidad! para quien incluso encontrando su vocación, continúa sintiéndose infeliz, vacío y triste. Probablemente “algo” está faltando, porque el encuentro con Dios trae consigo alegría, satisfacción y plenitud.
“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo” (Mt 13, 44).
Fredy Peña T., SSP
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