Jesús nos enseña que el Reino de Dios es una fuerza que crece ante cualquier circunstancia. Por eso las parábolas de hoy aluden al protagonismo y el crecimiento de la propia semilla. Su accionar, es decir, la presencia de Jesucristo y su Palabra por la acción del Espíritu Santo, es la que emana aquella fuerza transformadora de humanidad que tanto necesita el mundo. Después de la Ascensión de Jesús, las comunidades cristianas eran de pocos miembros, perseguidas y dispersas. Sin embargo, el Espíritu Santo quiere dar confianza y coraje, porque es él el que hace fructificar la vida de los creyentes. Por eso, Jesús responde a los impacientes de su tiempo y a los de hoy, porque dudan de la venida del Reino, son una minoría y no ven sus signos o simplemente porque no creen en Él.
De acuerdo con la parábola, si Dios es quien construye su Reinado en los corazones de las personas y en el mundo, y por gracia nos hace sus colaboradores ¿por qué aún no nos sentimos constructores de su Reino? Quizás porque todavía no reparamos en cuál es su voluntad. Es decir, ¿qué espera Dios de cada uno y cuál es la idea que tenemos sobre su Reino? El Reino de Dios no es un reinado de desamor, de injusticia, de anarquía y de descontrol, como disfrutando los placeres de este mundo. En el Padrenuestro, aludimos al tema del reinado de Dios, cuando decimos “hágase tu voluntad…”, porque esta es la vía para la venida del Reino.
Por eso, Jesús responde a quienes todavía piensan que este Reino de Dios comienza y termina con ellos. La tentación de colocarnos como los protagonistas de una causa y no como meros “servidores” es muy grande. Así, el Reino ya no es el de Dios, sino el que cada uno quiere construirse. Cuánto nos cuesta entender que, a pesar de nuestro compromiso y activismo, el Reino siempre será obra y don gratuito de Dios.
Fredy Peña Tobar, ssp