P. Fredy Peña T., ssp
Los discípulos de Jesús, aún tienen dificultad para entender y asumir con radicalidad sus enseñanzas. Jesús al abordar e insistir en el misterio de su Pasión y Resurrección, reafirma cuál es el camino que debe transitar todo aquel que crea en él. En efecto, los discípulos todavía tenían la imagen del Mesías triunfante, pero no la de aquel que va al sacrificio y que también ellos corren la misma suerte. No entendían que no es la dominación o manipulación sino la capacidad de servicio lo que identifica al discípulo de Jesús. Por eso, el ejemplo del Maestro de poner a un niño en medio de ellos ilustra muy bien aquella idea de que sobre este no se puede ejercer otro dominio que no sea el servicio y el amor.
Es curioso, pero la incomprensión de los discípulos resulta paradójica, porque cuanto más escuchan menos entienden, cuánto más saben y avanzan con Jesús menos lo siguen. No cabe duda de que para los discípulos era difícil dejar la concepción del Mesías en la que se habían educado y formado. Sin embargo, para ser discípulos de Cristo tenían que estar abiertos a la idea del Mesías como el que sirve y no “el que se sirve”.
Vivimos en una sociedad muy competitiva e individualista en donde todo parece estar permitido, aceptado, y si no te adaptas o cambias, entonces te quedas fuera del sistema. La mentalidad exitista no parece detenerse y todo es válido: mentiras, hipocresías, aserruchadas de piso, agresividad, deslealtades, etcétera. Entonces ser bueno es pasar por ingenuo y querer ser justo es pasar por tonto.
No obstante, en la pedagogía de Jesús no caben estos métodos y criterios, puesto que Dios tiene predilección por los que tienen y pueden menos: los niños, pobres, menospreciados y débiles. Como creyentes, hemos de apreciar no los honores sino el servicio, porque la verdadera grandeza está en el servir. Así como el Hijo de Dios, que eligió el último lugar al venir como servidor de todos.
«El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado» (Mc 9, 37).