Luego de haber recordado los valores que han de regir nuestro comportamiento, Jesús señala los criterios desde los cuales debemos actuar cuando hemos sido dañados u ofendidos: ¿Cómo reaccionar frente a nuestros enemigos y no aplicar la “justicia” del ojo por ojo…? La antigua prescripción del ojo por ojo… (Éx 21, 24) establecía el modo en que debía obrar un tribunal, pero no decía cómo debía proceder cada individuo en particular. En efecto, la ley del talión pretendía impedir todo exceso en el castigo, de manera que se limitara el daño y todo deseo de venganza.
Jesús, ante esta prescripción de la ley, nos alerta para saber qué hacer ante la maldad. No quiere que se responda al mal con el mal, pero tampoco que se deba permanecer de brazos cruzados ante quien agrede y quiere sacar lo peor de cada persona. Entonces, ¿qué hacer? Permanecer confiados en Dios e irradiar un poco de bondad, de afabilidad, de paz, evitando siempre la violencia. Los más débiles nunca vencerán al emplear las mismas armas que los violentos; por tanto, Jesús nos invita a encontrar estrategias seguras para las situaciones que se presentan, con el fin de erradicar toda forma de venganza.
Estamos conscientes de que los enemigos son aquellos que persiguen a una persona, la desprestigian, la perjudican y calumnian. No obstante, Jesús exige el amor a los enemigos; por lo tanto, la actitud de sus discípulos es la búsqueda del amor, que desea y hace el bien. Amor que ha de manifestarse “siempre”, aunque el prójimo, por su comportamiento, no lo merezca. Si Dios se manifiesta como quien es y hace el bien, entonces el creyente también debe hacer lo mismo. No puede dejarse determinar por el daño sufrido o por las tendencias malas, sino solo por el amor de Dios, que hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
“Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen?” (Mt 5, 46).
P. Fredy Peña T.