Como ha sido la tónica de las últimas semanas, el Papa Francisco abordó en su catequesis de los miércoles uno de los grandes temas de reflexión que ha dejado al descubierto la pandemia: la desigualdad. La definió como “el fruto de un crecimiento económico injusto, que prescinde de los valores humanos fundamentales”, y exhortó “a actuar todos juntos, en la esperanza de generar algo diferente y mejor”.
Como ejemplo de esta desigualdad, puso de manifiesto la realidad que viven los trabajadores, los niños e incluso las naciones a lo largo de todo el mundo. “Algunos pueden trabajar desde casa, mientras que para muchos otros esto es imposible. Ciertos niños, a pesar de las dificultades, pueden seguir recibiendo una educación escolar, mientras que para muchísimos otros esta se ha interrumpido bruscamente. Algunas naciones poderosas pueden emitir moneda para afrontar la emergencia, mientras que para otras esto significaría hipotecar el futuro”, manifestó.
Para el Pontífice, “estos síntomas de desigualdad revelan una enfermedad social; es un virus que viene de una economía enferma”, precisando que “la desigualdad social y el degrado ambiental van de la mano y tienen la misma raíz: la del pecado de querer poseer y dominar a los hermanos y las hermanas, la naturaleza y al mismo Dios”.
Sin embargo, explicó Francisco, ese no es el diseño que Dios pensó para su creación. “Dios nos ha pedido dominar la tierra en su nombre, cultivándola y cuidándola como un jardín, el jardín de todos”, pero aclaró que este mandato no significa una “carta blanca para hacer de la tierra lo que uno quiere”, sino que debe existir una relación de reciprocidad responsable entre la humanidad y la naturaleza.
Citando el Catecismo, el Santo Padre profundizó en esta idea manifestando que “la tierra nos precede y nos ha sido dada, ha sido dada por Dios a toda la humanidad”, por tanto “es nuestro deber hacer que sus frutos lleguen a todos, no solo a algunos”.
“Con la mirada fija en Jesús –continuó- y con la certeza de que su amor obra mediante la comunidad de sus discípulos, debemos actuar todos juntos, en la esperanza de generar algo diferente y mejor”. En ese sentido, invitó a los fieles a recuperar el espíritu y la realidad de las primeras comunidades cristianas, que también vivieron tiempos difíciles, pero que “conscientes de formar un solo corazón y una sola alma, ponían todos sus bienes en común, testimoniando la gracia abundante de Cristo sobre ellos”.
Por último, aseguró que “si cuidamos los bienes que el Creador nos dona, si ponemos en común lo que poseemos de forma que a nadie le falte, entonces realmente podremos inspirar esperanza para regenerar un mundo más sano y más justo”.