Francisco pronunció su segunda catequesis en la serie sobre el discernimiento, inspirándose en el ejemplo de San Ignacio de Loyola, cuando, en un “episodio decisivo de su vida“, Ignacio se encuentra en casa convaleciente, después de haber sido herido en batalla en una pierna. Para liberarse del aburrimiento pide leer algo. “A él, dice el Papa, le encantaban los cuentos de caballería, pero lamentablemente en casa había solo vidas de santos“.
Y agrega: “Un poco a regañadientes se adapta, pero durante la lectura comienza a descubrir otro mundo, un mundo que lo conquista y parece competir con el de los caballeros. Se queda fascinado por las figuras de San Francisco y de Santo Domingo y siente el deseo de imitarles. Pero también el mundo caballeresco sigue ejerciendo su fascinación sobre él. Y así siente dentro de sí esta alternancia de pensamientos, los caballerescos y los de santos, que parecen ser equivalentes“.
LA EXPERIENCIA DE SAN IGNACIO
El Obispo de Roma se detiene en un fragmento de la autobiografía de San Ignacio, quien escribe: “Pensando en aquello del mundo -y en las cosas caballerescas, se entiende-, se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando en ir a Jerusalén descalzo, y en no comer sino yerbas, y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos; no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, mas aun después de dejando, quedaba contento y alegre, un rastro de alegría dejó aquello (n. 8).”
DOS ASPECTOS DE LA HISTORIA DE IGNACIO
Francisco desglosa dos rasgos de la experiencia de Ignacio: el primero, el tiempo. Marca un contrapunto entre los pensamientos del mundo, que al principio son atractivos, pero después pierden brillo y dejan vacío, descontento, mientras que los de Dios suscitan al inicio una cierta resistencia, pero cuando se les acoge, trae una paz desconocida, que perdura.
El segundo elemento es el punto de llegada de los pensamientos: “Al principio, la situación no parece tan clara. Hay un desarrollo del discernimiento: entendemos qué es el bien para nosotros no de forma abstracta, general, sino en el recorrido de nuestra vida“.
En las reglas para el discernimiento, fruto de esta experiencia fundamental, Ignacio pone una premisa importante, que ayuda a comprender tal proceso: «En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciéndoles imaginar deleites y placeres de los sentidos, para conservarlos y hacerlos crecer más en sus vicios y pecados; en dichas personas el buen espíritu actúa de modo contrario, punzándoles y remordiéndoles la conciencia por el juicio recto de la razón» (Ejercicios Espirituales, 314).
EL DISCERNIMIENTO NO ES UNA ESPECIE DE ORÁCULO O FATALISMO
El Obispo de Roma puntualiza que “hay una historia que precede al que discierne, una historia que es indispensable conocer, porque el discernimiento no es una especie de oráculo o fatalismo o una cosa de laboratorio, ¡no!, como echar la suerte con dos posibilidades“.
“Las grandes preguntas surgen cuando ya hemos hecho un tramo en la vida, y es a ese tramo al que debemos volver para entender lo que buscamos. Si en la vida vamos un poco por ahí, ahí: “¿Pero por qué estoy caminando en esta dirección, qué estoy buscando?”, y ahí se produce el discernimiento“.
Francisco insiste, como lo ha hecho en reiteradas ocasiones, que para saber qué pasa, qué decisión tomar, para juzgar una situación, hay que escuchar el propio corazón. Recuerda que “escuchamos la televisión, la radio, el teléfono móvil, somos maestros de la escucha, pero te pregunto: ¿Sabes escuchar tu propio corazón? ¿Te paras y dices: Pero cómo está mi corazón? ¿Está satisfecho, está triste, busca algo?“.
Hacia el final de la catequesis, el Santo Padre recuerda la importancia de desarrollar la capacidad de discernir qué nos dice Dios a través de los imprevistos: “Se supone que iba a salir a caminar y tengo un problema en el pie, no puedo… Contratiempo, ¿qué te dice Dios? ¿Qué te dice la vida allí?“.