Fe, esperanza y caridad. Las llamadas “virtudes teologales” fueron el eje de la catequesis que el Papa Francisco desarrolló este miércoles ante la multitud reunida en la plaza de San Pedro. Fe, esperanza y caridad, características que, al modo de ver de quien es la Cabeza de la Iglesia, permiten al cristiano perseverar en su búsqueda del bien y desarrollar una existencia vivida en el Espíritu Santo.
El Santo Padre comenzó su intervención recordando las virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, sobre las cuales ha venido catequizando las últimas semanas. ¿Y por qué son importantes para el ser humano? Pues, citando al Pontífice, “la honestidad ya se predicaba antes de Cristo como deber cívico; la sabiduría, como norma de actuación; la valentía, como ingrediente fundamental de una vida que tiende al bien; y la moderación, como medida necesaria para no dejarse arrollar por los excesos”.
A partir de esas definiciones, explicó que en el corazón de cada hombre y de cada mujer existe la capacidad de buscar el bien, pero que, además, a lo largo de su vida, el creyente cuenta con la asistencia del Espíritu Santo para lograr una existencia plena, ayuda que se concreta a través de tres virtudes netamente cristianas: la fe, la esperanza y la caridad.
Estas tres virtudes se denominan como teologales ya que, apuntó el Obispo de Roma, “se reciben y se viven en relación con Dios”, y son la manifestación de la presencia especial del Espíritu Santo que permiten al ser humano seguir las huellas de Jesús en su vida cotidiana.
“Estas tres se reciben en el bautismo y vienen del Espíritu Santo. Las unas y las otras -las teologales y las cardinales- reunidas en diferentes reflexiones sistemáticas, han compuesto así un maravilloso septenario, que a menudo se contrapone a la lista de los siete pecados capitales. El Catecismo de la Iglesia Católica define la acción de las virtudes teologales así: «Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano»”, precisó.
Las virtudes cardinales y teologales deben actuar en forma conjunta y complementarse. Esto porque, de acuerdo al Vicario de Cristo, no se deben generar hombres y mujeres heroicos en el hacer el bien, pero que actúen solos, aislados; por cuanto el gran don de las virtudes teologales es generar una existencia vivida en el Espíritu Santo.
“El bien no es sólo un fin, sino también un camino. El bien requiere mucha discreción, mucha amabilidad. Sobre todo, el bien necesita despojarse de esa presencia a veces demasiado dominante que es nuestro “yo”. Cuando nuestro “yo” está en el centro de todo, se estropea todo. Si cada acción que realizamos en la vida la realizamos sólo para nosotros mismos, ¿es realmente tan importante esta motivación? El pobre “yo” se apropia de todo y así nace la soberbia”, indicó el Sucesor de Pedro.
Esa soberbia, sostuvo Francisco, es la causante de que hombres y mujeres moralmente irreprochables se vuelvan presuntuosos y arrogantes a los ojos de quienes los conocen. “La soberbia es un veneno, es un veneno poderoso: basta una gota para echar a perder toda una vida marcada por el bien. Una persona puede haber realizado innumerables obras buenas, puede haber recibido elogios y alabanzas, pero si ha hecho todo esto sólo para sí misma, para exaltarse a sí misma, ¿puede considerarse una persona virtuosa? ¡No!”, expresó.
¿Y cómo enfrentar el peligro de la soberbia? El Sumo Pontífice es claro: “el cristiano nunca está solo. Hace el bien no por un esfuerzo titánico de compromiso personal, sino porque, como humilde discípulo, camina detrás del Maestro Jesús. Él va delante en el camino. El cristiano posee las virtudes teologales, que son el gran antídoto contra la autosuficiencia”.
La fe, la esperanza y la caridad son, entonces, un apoyo para el cristiano, sobre todo cuando, en el deseo de hacer lo correcto, nos enredamos con la autosuficiencia o el voluntarismo. En esos casos, la asistencia de las virtudes teologales es fundamental para retomar el camino.
“Si abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo, el Maestro interior, Él reaviva en nosotros las virtudes teologales. Así, cuando perdemos la confianza, Dios aumenta nuestra fe; cuando nos desalentamos, despierta en nosotros la esperanza; y cuando nuestro corazón se enfría, Él lo enciende con el fuego de su amor”, dijo el Santo Padre.
El Papa concluyó su catequesis pidiendo al Espíritu Santo que nos conceda “la gracia de creer, esperar y amar a imitación del Corazón de Cristo, siendo sus testigos en toda circunstancia”.