En el marco del Jubileo, la catequesis de este miércoles del Papa Francisco nos invita a reflexionar sobre el significado profundo del nacimiento del Señor en Belén. De acuerdo al Pontífice este acontecimiento, que marcó la historia de la humanidad, es un recordatorio de la cercanía de Dios y su voluntad de acompañarnos en nuestro camino.
Francisco explicó cómo, desde el inicio, Jesús se presenta como un viajero. Aún en el vientre de María, recorre distancias significativas: primero de Nazaret a la casa de Zacarías e Isabel y, más tarde, de Nazaret a Belén, cumpliendo con el censo decretado por César Augusto. Este hecho resalta un mensaje poderoso: el Hijo de Dios se somete a las leyes humanas, siendo contado como un ciudadano más.
“El Mesías tan esperado, el Hijo del Dios Altísimo, se deja censar, es decir, contar y registrar, como cualquier otro ciudadano. Se somete al decreto de un emperador, César Augusto, que se cree el amo de toda la tierra”, manifestó el Santo Padre.
Continuando con la catequesis, el Obispo de Roma comentó que el evangelista Lucas sitúa el nacimiento de Cristo en un contexto histórico y geográfico preciso, enfatizando la intersección entre lo divino y lo humano. “Dios no irrumpe en la historia para desestabilizarla, sino para iluminarla desde dentro”, preció el Papa. De este modo, Belén, cuyo nombre significa «casa del pan», se convierte en el escenario donde nace aquel que se presentará como el Pan de Vida, destinado a saciar el hambre espiritual del mundo.
El modo en que Jesús llega al mundo desafía las expectativas. No nace en un palacio, sino en un establo, entre los animales, sin la pompa reservada a los reyes. Sin embargo, es en esta humildad donde resplandece la grandeza de Dios. Los primeros en recibir la noticia no son nobles ni sabios, sino pastores, hombres sencillos y marginados, pero cuya ocupación simboliza la labor del mismo Dios como pastor de su pueblo.
El mensaje de los ángeles a los pastores es claro: «No teman, porque les anuncio una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador«. Esta proclamación resalta la universalidad del nacimiento de Jesús, destinado a todos, especialmente a los más humildes y necesitados.
El pesebre, símbolo de sencillez y acogida, se convierte en el primer altar del Salvador. Allí comienza una nueva era de esperanza, donde lo pequeño y lo débil revelan la grandeza del amor divino. Siguiendo el ejemplo de los pastores, se nos invita a mantener el asombro, la alabanza y la capacidad de reconocer a Dios en lo simple. Al igual que ellos, podemos convertirnos en testigos de la salvación, acogiendo con gratitud los dones y las personas que Dios pone en nuestro camino.
Así, el nacimiento de Jesús sigue siendo un llamado a mirar la historia con ojos de fe, confiando en que, incluso en la fragilidad, Dios nos ofrece un futuro lleno de esperanza.
“Hermanos y hermanas, pidamos también nosotros la gracia de ser, como los pastores, capaces de asombro y alabanza ante Dios, y capaces de custodiar lo que Él nos ha confiado: nuestros talentos, nuestros carismas, nuestra vocación y las personas que Él pone a nuestro lado. Pidamos al Señor saber discernir en la debilidad la fuerza extraordinaria del Niño Dios, que viene para renovar el mundo y transformar nuestras vidas con su proyecto lleno de esperanza para toda la humanidad”, concluyó Francisco.