En su catequesis de los días miércoles, el Papa Francisco continuó reflexionando acerca del rol de los adultos mayores en la sociedad, apoyándose esta vez en la historia de Judit. De acuerdo al relato bíblico, esta joven judía fue capaz de defender a su pueblo de los enemigos que lo asediaban y luego, ya mayor, supo vivir la etapa de su larga ancianidad con plenitud y serenidad, dejando en herencia a los suyos no solo bienes, sino, sobre todo, dejando en herencia el testimonio de haber hecho siempre el bien.
“Podríamos decir que, cuando a Judit le llegó “el tiempo de la jubilación”, supo vivirlo con ternura y generosidad. Tomando en cuenta su ejemplo, pensemos: ¿cómo se vive hoy esa etapa? Los hijos y los nietos, ¿se interesan por los abuelos? Las personas mayores, ¿están dispuestas a compartir con los más jóvenes la riqueza de su sabiduría, a enseñar, aconsejar, curar, escuchar? ¿Nos esforzamos por “remodelar” las relaciones entre las generaciones, a la luz del tiempo que vivimos? Son preguntas que nos hace bien repetirnos para poner nuestra vida en esta dirección”, sostuvo el Santo Padre.
Francisco explicó que la perspectiva de la jubilación puede ser vista como un merecido y deseado descanso luego de una vida de actividades exigentes y fatigosas, pero también como una fuente de preocupación y temor, sobre todo ante la pregunta “¿qué haré ahora que mi vida se vaciará de lo que la ha llenado durante tanto tiempo?”.
Para el Papa, la vida familiar puede dar una respuesta a esta inquietud de los mayores, en la medida que muchos de ellos adoptan el rol de cuidar, educar y acompañar a los nietos. No obstante, subrayó que en la sociedad actual tienden a nacer menos niños y muchas veces los padres suelen ser más distantes, más sujetos a desplazamientos, con situaciones laborales y habitacionales desfavorables. Y en ese contexto, pueden volverse más “reacios a confiar espacios educativos a los abuelos, concediéndoles solo aquellos estrictamente relacionados con la necesidad de asistencia”. De este modo, en el mundo actual han surgido nuevas exigencias socioeconómicas, relacionales, educacionales y parentales para la familia y la sociedad, exigencias que hacen necesario remodelar la forma en que pensamos la alianza tradicional entre generaciones.
“¿Hacemos nosotros este esfuerzo por “remodelar”? ¿O simplemente sufrimos la inercia de las condiciones materiales y económicas? La convivencia de las generaciones, de hecho, se alarga. ¿Tratamos, todos juntos, de hacerlas más humanas, más afectuosas, más justas, en las nuevas condiciones de las sociedades modernas? Para los abuelos, una parte importante de su vocación es sostener a los hijos en la educación de los niños. Los pequeños aprenden la fuerza de la ternura y el respeto por la fragilidad: lecciones insustituibles, que con los abuelos son más fáciles de impartir y de recibir. Los abuelos, por su parte, aprenden que la ternura y la fragilidad no son solo signos de la decadencia: para los jóvenes, son pasajes que hacen humano el futuro”, manifestó Francisco.
Francisco cree que la etapa de la jubilación es el momento en que los mayores deben dejar la herencia buena de la sabiduría, de la ternura, de los dones para la familia y la comunidad: una herencia de bien y no solamente de bienes.
“Cuando se piensa en la herencia, a veces pensamos en los bienes, y no en el bien que se ha hecho en la vejez y que ha sido sembrado, ese bien que es la mejor herencia que nosotros podemos dejar”, señaló.
De este modo, continuó Francisco, “la vida de nuestras comunidades debe saber disfrutar de los talentos y de los carismas de tantos ancianos, que para el registro están ya jubilados, pero que son una riqueza que hay que valorar”, por ejemplo, en la forma de ver las cosas. “Como ancianos, se pierde un poco la vista, pero la mirada interior se hace más penetrante: se ve con el corazón. Uno se vuelve capaz de ver cosas que antes se le escapaban. Los ancianos saben mirar y saben ver… Es así: el Señor no encomienda sus talentos solo a los jóvenes y a los fuertes; tiene para todos, a medida de cada uno, también para los ancianos”, precisó.
Además, dijo que es fundamental para los propios adultos mayores ser capaces de desarrollar una atención creativa, una atención nueva, una disponibilidad generosa, que contribuya a la formación valórica de las nuevas generaciones. “Las habilidades precedentes de la vida activa pierden su parte de constricción y se vuelven recursos de donación: enseñar, aconsejar, construir, curar, escuchar… Preferiblemente a favor de los más desfavorecidos, que no pueden permitirse ningún aprendizaje y que están abandonados a su soledad”, puntualizó el Papa.
Al concluir su catequesis, el Santo Padre invitó a los presentes a leer la historia de Judit y a apreciar la enseñanza que puede rescatarse de su relato: “lean esta historia de una mujer valiente que termina así, con ternura, con generosidad, una mujer a la altura. Y así yo quisiera que fueran nuestras abuelas. Todas así: valientes, sabias y que nos dejen la herencia no del dinero, sino la herencia de la sabiduría, sembrada en sus nietos”.